martes, 15 de diciembre de 2015

Los ojos de Maisa


Maisa hacía honor a su nombre. Caminaba con orgullo, a pesar de hacerlo bajo una abaya, su negra túnica hasta el suelo y tener tapada su cara con un niqab.

Era un atuendo típico del Golfo Pérsico, pero su uso era cada vez más frecuente, entre las mujeres del norte de África.

Tenía 33 años. Los mismos que habían pasado desde mi último viaje a Marruecos.

En aquella época, era más usual que las mujeres del norte, usaran el kaftán, para vestirse, pero cada vez eran más, las que usaban ropas más conservadoras.

Su madre, Hayfa, había sido una hermosa mujer. que vestía siempre con kaftán. La conocí cuando asistí a su boda en en 1980, en la Medina de Fez.

Eran unos tiempos felices y tranquilos, en los que se podía circular por los más recónditos lugares del país, entremezclarse con la gente y disfrutar de los encantos de Marruecos.

Maisa se había casado con Abbas, un influyente hombre de Sidi Ifni, lugar donde se habían instalado hacía dos años.

De profundas raíces religiosas, su mujer, por indicación suya, debía portar siempre el niqab, y solo mostraba al exterior, sus negros ojos de encendida mirada, que transmitían fuego, pasión y misterio.

Regentaban un pequeño hotel de la ciudad, llamado la Buena Suerte, durante la dominación española y que ahora se le conocía como La Baraka.

Maisa tenía con ella a su hermana Abir. Era una chiquilla de 16 años, que pronto sería entregada en matrimonio, tras un acuerdo entre padres,

Su mirada era dulce, hermosa y limpia. Tenía grandes sueños y un halo de femenino misterio que la hacía maravillosa.

Pedía con frecuencia té moruno, pues amaba el sabor de la hierbabuena y disfrutaba el ritual de su preparación.

Conocía la diferencia entre el té del norte, en vaso grande, con bastante agua y una rama de hierbabuena en el vaso y el del desierto, en vaso pequeño, sin la rama en el vaso y con un sabor mas intenso y concentrado.

Maisa y Abir, me servían una bandeja con la tetera y el vaso de té. A veces, se sumaba Hayfa, que había bajado al sur, para ver a sus hijas.

Hablaban francés y árabe. Disfrutaba oyéndolas hablar en árabe, mientras lanzaban el té valiente al aire, para oxigenar mi bebida.

El ambiente era intimista, exótico y maravilloso. En cierto modo, imaginaba como habría sido una noche de Alhambra, durante la dominación árabe en España.

Abbas y Maisa, debían viajar cerca de Tarfaya, en el límite del Sahara Occidental. su objetivo era hablar con los padres de Hud, el novio elegido para Abir.

Tuve la suerte de viajar con ellos y dormir en el desierto bajo una jaima.

Me sentía feliz. 43 años después, volvía a dormir en el desierto, bajo millones de estrellas, que inundaban la noche de perlas rutilantes.

La familia de Hud, era saharahui y hablaba hasanía. Me sentí feliz, al recordar mis dos años de vida en Mauritania, donde también había hasaníes.

Los reiterados sones musicales, los viejos aromas olvidados, el rito del te y la vida pausada, me produjeron una maravillosa paz interior.

Hud y yo, compartimos narraciones hermosas sobre la arena del desierto. Me contaba que nosotros, "los europeos, teníamos los relojes, pero que ellos tenían el tiempo", mientras degustaba un maravilloso té antes de servirme un sorbo de felicidad.

Pensé que mis lectores, debían conocer el rito del té del desierto y trasladarse, al menos en sueños, a una noche de encanto y misterio, a la luz de las estrellas.

                                                          Rito del té moruno

Se necesita un hervidor lleno de agua, la caja del té verde, el azucarero y sobre una bandeja, la tetera y los vasos con unas ramas de hierbabuena.

Mientras el agua empieza a hervir, se pone la cuchara de postre de té para dos vasos.


Cuando el agua hierve, se vierte una pequeña cantidad sobre el té, moviendo le tetera con un suave movimiento circular para mojar el té y se vacía el contenido en un vaso.


Se repite la operación dos veces más con dos nuevos vasos, con el fin de lavar el té de impurezas.

Entonces se vierte en la tetera el primer vaso y añadiendo agua hirviendo se lleva al fuego la tetera.

Cuando el té hierve - cuánto más hierva, más fuerte será_ se retira la tetera del fuego y se añade la hierbabuena, que se habrá preparado previamente y también un gran terrón de azúcar.

Para terminar se añade un terrón de azúcar por taza. Después empieza el proceso de aireación.

Se llena un vaso de té y se pasa de este a la tetera dos o tres veces seguidas, elevando la tetera, para que el líquido se estire y el té se oxigene.

Sólo faltará comprobar el punto de azúcar, llenar definitivamente los vasos y servir a los invitados.

Mientras se consume, las hojas continúan en infusión, resultando cada té más fuerte que el anterior


 


1 comentario:

  1. Que bonito, y que recuerdos de mis años vividos en paz y armonía en Tetuán.❤️❤️❤️❤️❤️❤️💐

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