domingo, 30 de abril de 2017

Cuarenta cafés

Este mundo tecnificado, tiene mediciones por doquier: físicas, biológicas, temporales, económicas, etc. No podemos librarnos de estar cuadriculados y estandarizados.

Siempre fui un verso libre y aún más, desde que me liberé del yugo laboral. Al jubilarme, me desprendí de las mediciones del tiempo, en forma de reloj y calendario, por ejemplo, si bien, soy consciente de que es absolutamente imposible liberarse totalmente, pues te regulan los horarios de los transportes públicos, las consultas médicas, las proyecciones de cine, las competiciones deportivas y un sinfín de actividades más.

Además, el ojo del gran hermano controla nuestras vidas, de forma, que perdemos libertad en pro de la seguridad.

Sin embargo, podemos subsistir en nuestro microclima personal, minorando la influencia exterior, haciendo nuestro entorno más humano, alejándonos de la estresante vida de quienes deben ir y venir en una suerte de trajín laboral, que nos aliena, con las ansias de prosperar y de tener más, creyendo que es así como se llega a la felicidad.

"No es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita" y "Los sudarios no tienen bolsillo"

Tardé demasiados años en darme cuenta que no debía sacrificar mi vida, mi salud, mi bienestar y el de mi familia, adorando al becerro de oro.

Ya jubilado, me he ido desprendiendo de lo material y lo superfluo, como lo hace un cohete espacial, cuando va perdiendo los fuselajes ya inútiles, hasta quedarse en la cápsula fundamental.

He comprendido que se puede ser feliz con una ropa vieja, cómoda y agradable, sin que sea necesario trabajar para lucir etiquetas de marcas que se consideran semáforos de triunfo social.

Valoro ahora el privilegio de acompasar mi reloj al de la propia naturaleza, la posibilidad de viajar y dedicarme a mis aficiones, respirando lentamente, disfrutando del paisaje y haciendo fundamentalmente lo que resulta placentero

Hace poco, un  familiar ha querido adelantar su edad de jubilación. Ello implica la pérdida de 60 euros mensuales, es decir, el precio de 40 cafés al mes.

La decisión ha sido fácil. Comprar la libertad por 40 cafés, es un gran negocio. Se puede vivir con 60 euros menos al mes, pero lo que no procede, es malograr el tiempo, pues es un bien escaso que huye con gran rapidez.

Sabia decisión de una persona a la que quiero y con la que deseo compartir muchas risas alrededor de una buena mesa, aunque ello implique no tomar café. ¡Faltaría más!

Estoy convencido de que siempre habrá un joven con ganas de ganarse la vida, en el puesto que ella deje, aunque ello implique perder parte de su libertad y dar servicio directo a unos parlamentarios autonómicos, de esos que en vez de practicar con elegancia la esgrima dialéctica, se deleitan en el navajeo barriobajero.



















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