martes, 25 de abril de 2017

Amor de gorrión

La lluvia chapotea en el estanque, las palomas torcaces beben de su agua y las ranas croan, saludando las nubes, que por fin trabajan.

Los caracoles se arrastran en la hierba, los mirlos pasean el negro plumaje a saltos y unas tórtolas arrullan en el paisaje.

Mientras, mi alma vuela, amante de un vacío que le arrastra al cielo, dominando el dulce paisaje de mi querencia.

El ayer fue Paloma, la periodista de Dios; hoy ha sido Palomo, el torero de sangre y verónica y en el escaso calendario del 17, también se han ido Juan, Margarita y Eduardo, por los que tenía nobles sentimientos de mi historia pasada y a los que ya no veré vivos en este mundo.

Siento tristeza por sus vidas migradas, pero estoy vivo, con ganas de beber mi presente diario, con ganas de mundo, con ansias de colores en mi reloj, en mis ideas y en mis sueños.

Pero sobretodo, siento amor en un corazón preso en la cárcel de mis costillas. Un sentimiento que arde y busca fuerzas para volar como un gorrión ausente que vuela un mar lejano.

Sólo el miedo me impide volar en libertad plena, en busca de una ansiada felicidad, aunque sea como un humilde pajarillo, de plumas pardas, sin dotes para el canto, pero con capacidad de saltar de rama en rama, sin peso que lastre sus piruetas de libertad en el limpio aire de la primavera.

¡Qué importan los años vividos, los achaques de la historia y el vigor perdido! Lo que cuenta no son los latidos cansados, ni las rodillas doloridas, sino las ganas de sentir, compartir y amar; sobretodo, de amar.

Una vez, siendo joven, viviendo en el África profunda de desiertos infinitos, imaginé mi vida junto a una desconocida mujer y grité solo entre dunas, ¡Algún día te querré!

Ya viejo, cuando mis manos tienen callos de los calendarios vividos, mi alma sigue riendo y mantiene intactas sus ganas de amar.

Son amores de pasión, de hijos y nietos; de compañeros del camino y de prójimos que inspiran compasión y solidaridad.

Los dorsos de mis manos, aún carecen de las pecas de senectud, esas que un viejo amigo, ya con Dios, llamó las "florecillas de la muerte". Pero algún día, llegarán a la cita, como las amapolas arriban cada primavera.

Y cuando ellas decoren las manos que han trabajado, escrito y amado, quiero tener a mi lado, la pasión de amar en silencio, en la inmensidad de la ternura, en la satisfacción de haber vivido, disfrutando de las últimas y cálidas miradas, despojadas de lo material, sintiendo solo la energía que ilumina los sentimientos y hacen llorar de felicidad.



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