Silencio total, primeros rayos de luz, sábanas calientes bajo
mullido edredón, un ojo semi-abierto y otro semi-cerrado. Veo mensajes de otros
husos horarios y repaso mentalmente las tareas del día.
No hice la decoración navideña exterior, pero recogí miles de
hojas apelmazadas entre sí por la amalgama de la escarcha. La nieve viajó al
mar, no hace excesivo frío, pero unos minúsculos copos de nieve, vuelan como un
plumón caprichoso besando el aire. Depositadas las hojas color tabaco en el
compost, regresé a la casa y en el afán de la foto conmemorativa, descuidé la
pierna izquierda y un chafft seguido de un molesto olor y un agg, confirmaron
una pisada de perruna mierda. La izquierda manchada, la cadera derecha algo
perjudicada y el pulgar de la mano izquierda, mordido por un cuchillo asesino...
Sin embargo, estaba feliz ya por la mañana.
La pobre Rachel, me encargó la limpieza del taller cerámico. Debía
pasar la aspiradora, correr las estanterías cargadas de piezas en elaboración y
lavar el suelo. ¡Qué peligro! Se empeñó en mostrarme cómo funcionaba una
fregona, sin saber que se trata de un viejo invento español, tan importante
como el chupa chup. Todo quedó perfecto y lo que es más importante, sin un solo
crash clinc clonc, en semejante lugar.
Tan confiada estaba, que me encargó la misión de remodelar el
salón de exposición cerámica de su casa. Nuevo peligro de muerte, que supe
conjurar con destreza, estilo y dedicación, si bien algún ruidillo la alarmó
momentáneamente y acabé agotado por la tensión.
A la tarde, montamos un árbol de Navidad de madera, a la
entrada de una antigua iglesia anglicana. Al parecer, la falta de clientela
religiosa, determinó su conversión en centro cultural, donde mañana, Rachel
dará una rueda de prensa sobre una feria artesanal que organiza.
Tras el montaje, la invité a un rico chocolate en un museo
sobre este precioso alimento y emprendimos el retorno a casa. Las pistas de
nieve estaban iluminadas y mi corazón se iluminó por el paisaje. Las fotos no
le hacen justicia, pero valen de testimonio y de recuerdo.
El estómago permanece al acecho, esperando la oportunidad de
calmar su impaciencia y avidez. Oigo trabajar a los cuchillos y pienso que con
algo de suerte, me entregaré relajado al sosiego, frente a la TV de plasma, en
su canal de historia, continuando así lo visto ayer sobre el Vaticano.
Pero aún me queda un trabajo. Mi amiga Rachel, debe ensayar y
dramatizar la puesta en escena de mañana. Me toca escucharla, asesorarla e
incluso transmitirle la seguridad necesaria.
La insalivación ha comenzado, como en el experimento del
perro de Paulov, los vapores culinarios anuncian alegría en la mejor comida del
día, con música de fondo, velitas encendidas y un todo el mundo es bueno, en un
ambiente de afecto y relajación.
Mientras la encantadora Maxine llena la sala con su preciosa
voz, juventud y feminidad, busco el testimonio gráfico para este artículo.
Sí, soy Monsieur Del, el viejo funcionario reconvertido
nuevamente en aventurero, con la mente, dispuesta a adaptarse, a las
actividades, vicisitudes, contratiempos, olores, sabores, y colores que el
mundo me ofrezca. Porque antes que vegetar con sofá y plasma, prefiero buscar
oxígeno, seguir la espuma del mar, dejarme llevar como una hoja en el viento y
ver nuevas miradas. Y cuando llegue el momento, si es menester, afrontaré un
entierro vikingo, allá donde la tierra decida abrazarme.
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