Iniciamos el viaje a Krasnodar con mal tiempo, con el motor
del coche poco seguro y buena cara. Teníamos por delante casi 5 horas de ruta. Hicimos
un alto del camino, vimos una boda y no pude menos que inmortalizar el adorno
de los coches, con sus lacitos rosas, sus alianzas, sus nubes, sus patitos macho y
hembra.
Ya en Krasnodar, paramos en una tetería lounge
para hacer tiempo hasta la madrugada, que marcaba mi tiempo de Turquía. El
ambiente era genial, y cayeron tés chinos, con ritual chino; indios con ritual
de su país y finalmente, tés árabes. Algunas parejas, se fumaban un narguila a
medias. Entre velas aromáticas, luces bajas, música nirvana y buena
conversación, nos tomamos unos 20 pequeños vasos de té cada uno. Yo hacía de casamentero
entre Veronyka e Ilya, el ruso con quien compartí una sauna en bolas, como ya
consta en una crónica anterior. El resultado fue no cenar y llegar todos a una
excitación similar a la de un yonki sin metadona. Fue una noche mágica en la
que mezclé inglés, francés, italiano y 7 palabras rusas, entre los
emparentables y algunos jóvenes de mesas contiguas. Un cartel curioso, señalaba
un aseo de tres sexos.
Para salir del
aeropuerto de Krasnodar, tuve que pasar por 4 controles diferentes de rayos X,
con sus correspondientes vaciado de bolsillos, descalzamientos, etc. Todo un
tic de la época totalitaria no del todo desterrada.
Cuando aterricé
en Estambul, llevaba 10 días sin bañarme, barba de 4 días y casi un día sin
comer. Con un autobús, y un taxi, llegué al hotel. Estaba destrozado
físicamente, enfadado porque no fue el transfert del hotel a recogerme, molesto
porque el mamón del taxista me había dado vueltas innecesarias y porque no
tenía resuelta mi reserva del hotel. Naturalmente, me puse de muy mal humor.
El agua de mi
bañera estaba caliente. Me puse a remojo, me quité la mugre, me afeité y parecí otra persona.
Prácticamente,
carecía de ropa limpia y hube de usar finas prendas de escasa protección. Cuando
salí a la calle, parecía una cebolla, de tantas capas de ropa que llevaba
puesta.
Me fui a una terraza, me jalé una sopa caliente de
algo naranja y un gran plato de kebab con arroz, patatas y pimientos. Comía
desesperadamente, como un lobo siberiano. Tras 10 días comiendo y bebiendo solo
hierbas de varios colores y el ayuno final, en ese momento, me habría comido
hasta un sobaco de mono, de tenerlo en el plato. Si alguien hubiera pretendido
tocarme la comida, le habría lanzado una dentallada en los hijares y habría
salido mal parado.
Volví al hotel.
Hacía demasiado frío, por la proximidad del mar y me puse otras dos capas más
de ropa. Al salir, me tomé un zumo callejero de naranja y granada, que me supo
a maravilla.
El Gran Bazar
estaba cerrado por ser festivo. Entonces, me dirigí a la Basílica de Santa
Sofía. Un mohacín llamó a la oración. Aquello parecía una saeta con gorgoritos
a lo Juanito Valderrama, pero con turbante. Mientras bajaba la calle, ví
numerosas caracterizaciones musulmanas del rigor religioso que ya tenemos
encima. Se distinguían las diversas procedencias geográficas: afganas, sirias,
yemeníes, indonesias, …, cada cual, con su interpretación de ropaje en formas y
colores.
La Basílica me
decepcionó un poco. Por dentro estaba entubada, en fase de reparación y no
tenía vidrieras como las de nuestras catedrales góticas. A mi juicio, son
bastante mejores nuestras seos, si se me permite la comparación. Eso sí,
algunos santones, le daban un aire bastante vistoso, pero nada podrían
envidiarle nuestros antiguos sacerdotes, de sotana, capa y castoreño
preconciliares.
La Mezquita
Azul, era otra cosa; una auténtica belleza, tanto exterior como
interiormente. Eso sí, tuvimos que
quitarnos el calzado y las mujeres, ponerse un gran velo que prestaban en una
caseta previa a la entrada, lo que permitía el intercambio de piojos entre
mujeres de varios continentes. Un cartel, explicaba como debíamos asistir en el
interior. Lo cierto es que está mejor organizado que en mi época joven, cuando
entraba en algunas mezquitas.
Las mujeres
tienen un lugar apartado para rezar en la mezquita, con su celosía y su cartel
segregacionista de sexos; vamos, lo de siempre: los niños con los niños y las
niñas con las niñas. Muy bonito; de modo que para rezar tienen que estar
separados, pero luego, para pecar, lo tienen que hacer juntos,… digo yo.
Allá donde voy,
pego la hebra. Me da igual hablar con rusos en su tierra, que con turcos en la
suya, o con indonesios, con los que me eché alguna parrafada, nos fotografiamos y
nos reímos un poco juntos.
Estoy
soñoliento y con catarro. Aún tengo hambre y eso que me he tomado otro zumo de
granada, una mazorca de maíz, más seca que las tetas de una pensionista y un
brebaje calentito, pastoso y dulce, que
me ha sabido a gloria celestial.
Saldré en
cuanto acabe esta crónica a masticar lo que sea, mientras que no sea hierba.
Luego, skypearé con la familia, corregiré un ejercicio de español a una amiga
argelina y veré qué tal van mis gestiones de casamentaría, porque conseguir
casar a dos rusos, eso, no lo tengo en mi ya largo y florido curriculum vitae.
La verdad, es que la cosa va por buen camino y me divierte,… una jartá.
En Estambul, a
19 de octubre del año 2014
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