En la noche del 30 de noviembre,
volvieron a encender las velas del candelabro. El hijo joven había hecho
amasijo de carne picada a la plancha coronada con queso, patatas hervidas y
judías cocidas. Me pareció todo un banquete. Finalicé la cena con un par de
manzanitas también del lugar y un buen bol de leche, hervida, por supuesto, con
un té inglés de mi maleta.
Me desperté de madrugada, cuando
la Dama negra, con su manto de estrellas, comenzaba su viaje a otra parte, en
su eterno giro del mundo. Mi cuerpo está
a ras de la nieve, a sólo 30 centímetros, separada por un cristal. Solo oigo
los latidos de mi corazón y ahora sus impulsos en el teclado del ordenador.
Olía a tigre porque la sola
camiseta térmica que poseo, me aísla del frío, durante el día y la noche. Mi
crecida barba me confería un aspecto adanesco. Reté al frío y me di una ducha
de supervivencia.
Es el primer día del último mes
de este año. Hemos atendido los animales; las tres vacas de raza jersey nos han
regalado la leche de la mañana. Hemos servido un poco de leche a las terneras
recién nacidas y hemos recogido los huevos de los nidales de gallinas. Al
rebaño de gatos de la casa, le ha caído su ración de leche. También hemos
alimentado a los “canadienses”, Shine y Ninja, dos caballos descendientes de la
colonización francesa, adaptados al ecosistema y que han adquirido una morfología específica de la
región. Algo similar a los cimarrones, descendientes de los caballos de los
conquistadores españoles, que relinchan salvajes y libres en las grandes y
frías praderas del oeste americano.
Subí al granero y tiré por la
ventana, 5 pacas de heno. En principio, no tendría importancia, pero la foto
demuestra por donde y hacia dónde hube que subir y el miedo de estropiciarme
por no decir algo peor.
Bebí un bol de la leche que
habíamos ordeñado y comí dos huevos recién extraídos de los nidales. Ana, se metió
entre las tetas y la espalda nada menos que 5 huevos a la plancha, que pueden
verse en foto. Tenía soltura, habilidad y remango que demostraría más tarde,
levantando barriles de acero inoxidable de gran peso y tamaño.
Reemprendimos la jornada. Esta
vez, la tarea era envasar unas 5 toneladas de maple, para los restaurantes más
conocidos de Nueva York. Entre envase y envase, pensaba que los aficionados a
la savia de arce, el maple, eran después de todo, una especie vampiros
vegetarianos.
La jornada fue dura, pero de
cuando en vez, me daba un chute de maple de gran pureza y me alegraba el
momentillo. A ratos libres, disparaba el gatillo de la cámara fotográfica, con
la curiosidad de un japonés y la rapidez de un pistolero del oeste americano.
Esta noche, volverá a casa la
madre de familia, verá a su ex marido,
Pájaro Volador y a su hijo mayor, Abrahám, que dada su altura superior a los
dos metros, le he bautizado como Jinchomán.
Esta noche, debo poner orden en
el cuarto, si no quiero que parezca la habitación de un adolescente.
Soy el de siempre, el contador de
cosillas de la vida, el charlador del mercado, el artesano de la sonrisa y el
abuelete de los chascarrillos. Y hoy, he sudado en la nieve, entre en un ida y
vuelta, un que te llevo que te traigo, y un poco de tensión de escalada. Y ya
cierro el día del último mes del año que se va, maldita sea su estampa, por
haberse llevado dos seres queridos y haber traído tantos disgustos.
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