No son hermosas, pero son mis
manos. Las he visto crecer conmigo desde que vine a la vida. Tocaron los senos
que me alimentaron; aprendieron el tacto de la tierra mientras gateaba; me
apoyaron al izar mi cuerpecito dubitativo; jugaron a las canicas; bailaron
peonzas; tiraron piedras; rodaron todo tipo de pelotas y balones; jugaron a la
lima; tiraron balines; usaron tirachinas; enseñaron sus puños en las peleas
infantiles; hicieron bolas de cera en Semana Santa y pasearon su tacto por las
calles y los paisajes de Sevilla.
Sufrieron cortes y pinchazos;
magullamientos, martillazos y raspones. Se mancharon de tintas y bolígrafos; se
quemaron con hornos y platos calientes; se pillaron con puertas y sufrieron
pellizcos de monja de una madre solícita, pero recta en su educación. Ayudaron
a hacer madejas de lana, amasaron harina, separaron piedras de las lentejas,
pelaron pollos, adobaron aceitunas y robaron patatas fritas de la sartén. Cazaron
ranas, cogieron camaleones y lagartijas; persiguieron saltamontes y acariciaron
pollitos y patitos.
Cazaron grillos, robaron nidos,
subieron a los árboles y cogieron alguna manzana prohibida. Echaron pulsos
varoniles, dieron pescozones y fracasaron como artista plástico. Acariciaron
todo tipo de mascotas con la dulzura y la rusticidad de un infante.
Sufrieron padrastros; perdieron
uñas golpeadas; encallecieron con las herramientas; se helaron en días de caza;
se pincharon cogiendo higos chumbos, limones y naranjas agrias. Se ahumaron con
braseros de cisco y con candelas de campo.
Dirigieron caballos, pusieron
miles de vacunas, herraron toros bravos y cogieron capotes de toreo. Calmaron
las heridas y los dolores de mi cuerpo, atraparon miles de moscas, cazaron
ratones, algún murciélago y pescaron peces. Sufrieron mordeduras de libélulas y
cangrejos, picaduras de abejas y agresiones de perros y gatos.
Rezaron, disfrutaron las vetas de
una buena madera, cocinaron, lijaron, barnizaron, apretaron tornillos y
arreglaron persianas. Pusieron plomos, sufrieron calambres eléctricos, instalaron
hornos, colgaron cuadros, repararon muebles, volaron cometas, tiraron petardos,
encendieron triquitraques y llevaron libros, bolsas y maletas.
Cortaron las uñas de mi abuelo,
de mi padre y por supuesto las mías. Quitaron espinillas, dieron masajes, curaron
heridas, limpiaron zapatos, jugaron al billar, al parchís y ahorcaron al seis
doble. Ayudaron a levantarse al caído; dieron agua al sediento y comida al
hambriento.
Escribieron cartas de sentimientos;
taparon mi faz desencajada; enjugaron mis lágrimas de niño, de adolescente y de
hombre. Movieron tierra; plantaron árboles; arrancaron piedras; segaron césped;
podaron ramas; arrancaron frutas; hicieron huerta; nadaron y treparon por
riscos.
Retuvieron arenas del desierto,
nieves de las montañas y acariciaron las praderas de la libertad. Mataron
serpientes y alacranes; nadaron junto a tortugas marinas en las aguas
africanas; cazaron gacelas, criaron fenecos, buscaron flechas y hachas de sílex
y recuperaron objetos antiguos de hundidos barcos.
Sudaron el cansancio; sudaron la
emoción; sudaron el miedo; abrazaron la alegría y mesaron cabellos ajenos.
Protegieron niños indefensos; cambiaron pañales; hicieron papillas; barrieron,
fregaron y batieron polvorientas alfombras.
Se mancharon de barro; se
tiznaron de carbón; se pringaron con silicona; se llenaron de pintura y se
dejaron hacer por la vida. Ordeñaron vacas; recogieron huevos, tomates,
calabacines y lechugas. Extrajeron miel de colmenas; recogieron moras; buscaron
manzanillas, madroños, moras, bellotas y castañas.
Apretaron manos blancas, negras,
amarillas y del color de la tierra. Palmearon anchas y débiles espaldas en
signo de apoyo o solidaridad. Hicieron cosquillas, combatieron randoris, usaron
bisturíes y tiraron de gatillo.
Manos cuarteadas por el viento;
manos peludas de hombre; manos solidarias entre sí y con las ajenas; manos
trabajadas, manos callosas de los remos de piragua; de las cuerdas de
alpinismo; de las rutas de la vida.
Manos queridas que han querido;
manos de amor y sentimiento; manos que han abrazado hijos, sobrinos y nietos;
manos que han dado el último adiós a los padres ya marchados; manos que me
hacen sentir vivo.
Sois mis manos; sois las
guardianas de mi cuerpo; sois las extremidades de mis pensamientos; siempre
prestas, siempre obedientes, siempre nobles, siempre hermosas aunque no lo
sean. Sois mis obreras; amigas del alma, que me habéis ayudado a vivir, a
sentir, a amar; sobre todo a amar.
Ojalá, cuando las fuerzas me
flaqueen; cuando las manos ya no tengan habilidades ni ganas de hacer
infantiles sombras chinescas, juegos de manos, trucos de sorpresa infantil,
unas manos queridas, se entrelacen con las mías y me ayuden al tránsito hacia
las manos ya etéreas de los seres queridos que me precedieron con los que
compartir la felicidad del amor eterno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario