A lo largo de mi vida, he
visitado por causas muy diversas, que no penado, cárceles de tres continentes, asistido a manifestaciones y sufrido huelgas;
visto de cerca hechos de violencia y muerte, que no son sino fracasos de la
palabra, el acuerdo y la concordia.
Me gusta la política, por
necesaria y apasionante, aunque la situación española actual, sea
decepcionante. He conocido Plenos Municipales, Parlamentos Regionales, e
incluso, el Congreso de los Diputados y el Senado, del Reino de España. Fue en
la etapa Constituyente, cuando se dibujaba el nuevo orden político español, con
ilusión, espíritu constructivo y deseo de concordia.
No me atrae la política municipal
ni siquiera la autonómica y no deseo exponer las razones. Me gusta la política
nacional, aunque cada vez menos, dada la jauría parlamentaria que pasta los
presupuestos.
Me entusiasma la política
internacional, en un tiempo en que el mundo es una aldea global, donde lo que
ocurre en las antípodas nos afecta en el entorno inmediato.
He visitado muchos “templos de la
palabra”, donde grupos políticos, minorías étnicas, religiosas y organizaciones
no gubernamentales por ejemplo, han debatido razones del pasado, situaciones
del presente y aspiraciones de un futuro mejor.
He tenido la suerte y el honor de
visitar la sede de la OMS en Ginebra, de la FAO en Roma, la Cámara de los
Representantes y el Senado de los Estados Unidos, e incluso, los jardines de la
Casa Blanca, si bien, más que un templo de la palabra, sea un centro de decisión
política cuando falla la concordia.
Hoy, he tenido la suerte de
visitar la sede de las Naciones Unidas en Ginebra, que alberga, entre sus
múltiples centros, 9,000 funcionarios que trabajan en pro de la Paz, los
Derechos Humanos, los desplazados, los niños, las minorías étnicas, el Medio
Ambiente, etc. He estado con una de mis nueras preferidas (tengo 3) y uno de mis
nietos, que a sus 5 meses de edad, representaba en cierto modo, el futuro del mundo
que llama a las puertas del presente.
Hemos visto los restos de una bandera
de la ONU, tras una negra jornada de terror, sangre y muerte, posteriormente
reconstruida en memoria de los funcionarios internacionales caídos en ella.
Casualmente, estuve en Ginebra
mientras se celebraban las conversaciones de paz entre los Estados Unidos de
América y Vietnam del Norte. Fue la gran guerra de mi generación. Recuerdo que
las conversaciones fueron en español, pues los representantes de Vietnam,
rehusaron debatir en francés, por ser la lengua de la antigua potencia
colonizadora, o en inglés, por corresponder a la lengua de la potencia que los
invadió posteriormente. Las negociaciones, se celebraron en una de las salas
visitadas.
Hemos estado en la Sala del
Diálogo de las Civilizaciones, con la preciosa bóveda ¿pintada? por el español
Barceló, que proyectó en ella 17 toneladas de pintura, para que finalmente
colgaran de la misma, 2 toneladas de estalactitas de colores, que tiñen de
belleza y esperanza una de las salas más emblemáticas del complejo de la ONU.
Hemos visitado también la Sala
del Desarme, donde se reúnen las partes en conflicto, cuando la palabra ha
fallado y el horror de la guerra hace reconsiderar las decisiones políticas.
Una sala, en la que las partes en conflicto, entran por puertas diferentes y se
reúnen frente a frente, en presencia de representantes del mundo, para tirarse las palabras a la cara,
con ira, miedo, rencor, abatimiento o simplemente, con el ánimo de cegar los
ríos de sangre.
No siempre, las mesas se disponen
enfrentadas. A veces, el odio es tan fuerte, que los contendientes en el campo
de batalla y de la palabra, hablan sin querer verse y las mesas se disponen en
uve, para que ambos bandos, mirando en una sola dirección, hacia la Presidencia
de la sala, se hablen indirectamente. Tal fue el caso de los representantes de
Irán e Iraq, varios años antes de que el loco iraquí, acuñara la expresión de
la “Madre de todas las batallas”
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