sábado, 10 de enero de 2015

Huellas de vida

Silencio absoluto. La dama negra aún está en el cielo. Los osos duermen el invierno, tal vez soñando las mieles de la primavera y las ardillas empiezan a reposar el frío junto a sus provisiones, añorando la dulce savia de los arces de azúcar. Los maravillosos colibríes, brillan por su ausencia y no puedo disfrutar de sus espectaculares vuelos de libación de néctar.
Estoy despierto y me pregunto qué me deparará hoy la vida. He leído las impresiones que los anteriores visitantes han escrito en el libro de visitas. Las fotos, las percepciones del camino, las distintas expresiones de sus experiencias y las nacionalidades de procedencia. Japoneses, ingleses, franceses, una coreana y un chino formoso…,  muestran a su modo en sus distintas formas sus sueños realizados y sus aspiraciones de vida.
Ya he escrito mi dedicatoria y les he entregado una presentación power point, mostrando lo que mis ojos han visto en el paisaje de esta tierra salvaje y aislada.
Julia marchó a los rápidos con su canoa. La despedida fue franca, con un abrazo directo y sin remilgos. Lucía un anorak impecable y su gorro de lana escondía sus trenzas. Le deseé lo mejor y me dedico una sonrisa, dándome un nuevo abrazo. Julia Richmond, terminó así nuestra corta pero intensa vida compartida.
Me aseguré de tener plaza en el viaje de vuelta. El vejete y bromista conductor de la furgoneta, me recordaba y ya contaba conmigo. En estos lejanos parajes, las personas tienen caras que se recuerdan, al contrario de lo que pasa en las grandes aglomeraciones humanas. Gracias al abuelete, llegaré el domingo a Sherbrooke, donde me espera una nueva aventura humana,
Me “llaman las llamas” y también las alpacas, pero la experiencia no sería completa, sin las sonrisas, las miradas, los afanes y los sueños compartidos con los seres humanos. Me encanta leer sus expresiones con mis ojos de retratista y fotografiarles el alma; estudiar las arrugas de sus caras, las manos, como herramientas y como huellas de pasado; leer su lenguaje corporal y en definitiva, conocer otros compañeros de la Madre Tierra.
El techo que hicimos ha recibido su bautismo de nieve y los campos han borrado sus manchas. Con un cierto valor, he emprendido una larga marcha en solitario. Iba marcando bien mis huellas, siguiendo la técnica de Garbancito y pensando en una rápida vuelta en caso de nevar. No me acercaba a los arbustos, por el peligro importante que representan. No vi animales, pero sí sus huellas recientes y las fotografié para preguntar su origen. Al parecer, eran de ciervos, de zorro y de pavo salvaje. Algo así intuí, pero como el miedo es libre, iba mirando las posibles huellas de plantígrado, por si hubiera alguno sin sueño, pero solo fue un miedo superado.
Kathy Chambord es la nueva madre de familia que me dará cobijo en su hogar; Comptom, mi destino geográfico. Será la tercera y última etapa en Canadá, antes de regresar a uno de mis verdaderos hogares, esta vez, el de Nueva York, en Battery Park, donde me esperan mis hijos y mi nieta, para la dulce Navidad.
Pero hoy sigo en Marston. He desecado más manzanas, sacado fotos con el perro, desgranado alubias, atendido los animales por última vez y hecho las maletas. Mañana estaré a las 7 de la mañana, en una sala de despiece para ayudar a empacar los filetes de dos vacas. A las 17 horas, saldré para cumplir mi última etapa canadiense.
Esta crónica cubre el viernes y el sábado de esta semana.
7 de diciembre del 2013.















No hay comentarios:

Publicar un comentario