Silencio absoluto. La dama negra aún está en el cielo. Los
osos duermen el invierno, tal vez soñando las mieles de la primavera y las
ardillas empiezan a reposar el frío junto a sus provisiones, añorando la dulce
savia de los arces de azúcar. Los maravillosos colibríes, brillan por su
ausencia y no puedo disfrutar de sus espectaculares vuelos de libación de
néctar.
Estoy despierto y me pregunto qué me deparará hoy la vida. He
leído las impresiones que los anteriores visitantes han escrito en el libro de
visitas. Las fotos, las percepciones del camino, las distintas expresiones de
sus experiencias y las nacionalidades de procedencia. Japoneses, ingleses,
franceses, una coreana y un chino formoso…, muestran a su modo en sus distintas formas sus
sueños realizados y sus aspiraciones de vida.
Ya he escrito mi dedicatoria y les he entregado una
presentación power point, mostrando lo que mis ojos han visto en el paisaje de
esta tierra salvaje y aislada.
Julia marchó a los rápidos con su canoa. La despedida fue
franca, con un abrazo directo y sin remilgos. Lucía un anorak impecable y su
gorro de lana escondía sus trenzas. Le deseé lo mejor y me dedico una sonrisa,
dándome un nuevo abrazo. Julia Richmond, terminó así nuestra corta pero intensa
vida compartida.
Me aseguré de tener plaza en el viaje de vuelta. El vejete y
bromista conductor de la furgoneta, me recordaba y ya contaba conmigo. En estos
lejanos parajes, las personas tienen caras que se recuerdan, al contrario de lo
que pasa en las grandes aglomeraciones humanas. Gracias al abuelete, llegaré el
domingo a Sherbrooke, donde me espera una nueva aventura humana,
Me “llaman las llamas” y también las alpacas, pero la experiencia
no sería completa, sin las sonrisas, las miradas, los afanes y los sueños
compartidos con los seres humanos. Me encanta leer sus expresiones con mis ojos
de retratista y fotografiarles el alma; estudiar las arrugas de sus caras, las
manos, como herramientas y como huellas de pasado; leer su lenguaje corporal y
en definitiva, conocer otros compañeros de la Madre Tierra.
El techo que hicimos ha recibido su bautismo de nieve y los
campos han borrado sus manchas. Con un cierto valor, he emprendido una larga
marcha en solitario. Iba marcando bien mis huellas, siguiendo la técnica de
Garbancito y pensando en una rápida vuelta en caso de nevar. No me acercaba a
los arbustos, por el peligro importante que representan. No vi animales, pero sí
sus huellas recientes y las fotografié para preguntar su origen. Al parecer,
eran de ciervos, de zorro y de pavo salvaje. Algo así intuí, pero como el miedo
es libre, iba mirando las posibles huellas de plantígrado, por si hubiera
alguno sin sueño, pero solo fue un miedo superado.
Kathy Chambord es la nueva madre de familia que me dará
cobijo en su hogar; Comptom, mi destino geográfico. Será la tercera y última
etapa en Canadá, antes de regresar a uno de mis verdaderos hogares, esta vez,
el de Nueva York, en Battery Park, donde me esperan mis hijos y mi nieta, para
la dulce Navidad.
Pero hoy sigo en Marston. He desecado más manzanas, sacado
fotos con el perro, desgranado alubias, atendido los animales por última vez y
hecho las maletas. Mañana estaré a las 7 de la mañana, en una sala de despiece
para ayudar a empacar los filetes de dos vacas. A las 17 horas, saldré para
cumplir mi última etapa canadiense.
Esta crónica cubre el viernes y el sábado de esta semana.
7 de diciembre del 2013.
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