El sol asustó a la noche y ésta se marchó. Los primeros rayos
de luz, llamaron a mi ventana e iluminaron el inmaculado paisaje exterior.
Mi cuerpo se resentía del duro día anterior. Tras una
reparadora ducha caliente, dispuse mi desayuno. Esta vez, fueron tres huevos a
la plancha con las últimas gotas de aceite de oliva. Abrí el nuevo paquete de
sal, que era de las Marismas de San Fernando, en Cádiz y comprobé que las
manidas mandarinas, eran de Marruecos. El benjamín de la familia, hizo sus
cinco huevos del desayuno, sobre un buen pegote de mantequilla. No debió
parecerle suficiente colesterol y añadió una buena cantidad de queso. En la
estantería de la cocina, dos libros disputaban el estrellato: la cocina judía y
la cocina mediterránea.
Pregunté a Ana si había nevado; me respondió negativamente y
que hacía calor. Efectivamente, la temperatura había subido y el termómetro de
la ventana marcaba 12ºC bajo cero. El
trabajo de hoy, debía ser en el exterior y así permanecí casi 5 horas. Haría
calor, pero yo tenía los mocos congelados con estalactitas incluidas. En una
ocasión, pisé una gran chapa de acero galvanizado para cubrir tejados y me
transportó un metro por el helado suelo, para susto de quien escribe. Se
trataba de techar una nueva nave de la granja. Los hijos, clavaban sobre el
tejado, las planchas que yo les facilitaba.
La sopa de pavo llegó a su fin, pero comer caliente un día
más y a cuchara, me reconfortó. La familia enrollaba las crudas hojas de lechuga
y se entregaba a un repetido crunch crunch.
Al mirarles, comprobé que como buenos americanos, comían con
una mano encima y otra bajo la mesa. Consideran que poner los codos sobre ella,
es una falta de educación y a mí me parece que con su postura, más bien parece
que están haciendo dos cosas a la vez y no voy a comentarlo con más detalle.
Son de procedencia judía al 50% y respetan las tradiciones a
su manera. Si bien ayer, los animales no fueron muertos por degollamiento, no
tienen en la granja animales impuros, como el cerdo o el conejo. Tampoco comen
productos del mar, si no tienen escamas. Así, los crustáceos, los moluscos, las
anguilas, etc., no tienen sitio en el hogar. Guardan las mondas de las manzanas
y de las naranjas para las vacas.
Suelo asociar películas con ambientes concretos. Memorias de
África, es inevitable para este continente e Indochina, para Viet Nam. Canadá, me sugiere Cold Mountain, Colmillo
Blanco y Leyendas de pasión, por ejemplo. Sí, definen bien este inmenso territorio.
Creo que en Canadá es posible armonizar un gran desarrollo económico, con regiones,
donde aún es viable el romanticismo, la aventura, el wildlife y la leyenda.
Marché hacia el lugar de la matanza. Aún quedaban rojos de
sangre sobre la albura de la nieve. Los restos habían prácticamente
desaparecido. Probablemente, zorros, lobos y coyotes, habían coexistido durante
la noche, ante la magnitud del festín. Pensé que la vida es un círculo infinito
de vida y muerte; de transmisión de energías de un organismo a otro y que algún
fundamento podría aportar el budismo, con su creencia en la reencarnación.
Pero no siempre se hace la transferencia de energía en un
ciclo absoluto de vida o muerte. La Naturaleza nos muestra ejemplos de
parasitismo y la ¿Humanidad? enseña que los del vértice de la pirámide, se nutren
de la energía que entregan a plazos los que están en su base, pero sin muerte
previa. Pienso en banqueros, políticos, intermediarios y otros avispados que
esperan su oportunidad de medrar a cuenta de los “mermelaos”.
Antes de dormir, me he dado un pequeño paseo hasta el cercano
establo. Vacas, cabras y gallinas, se dan calor y vida, marcando sus
territorios de poder y dominancia. Los cacareos de las gallinas, los cantos del
gallo, los mugidos de las vacas y los balidos de las cabras, son una serenata
de vida, que invade los sentidos y nos sumerge en la Naturaleza.
Mientras aquí en la casa, suenan preciosas canciones hebreas,
que transmiten alegría y serenidad.
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