Diríase que estoy en el país de las sorpresas. Cada día,
tengo una actividad nueva o me entero de alguna novedad. Julia, partió ayer por
la tarde – que es la noche- para dar una clase de tai chí y en unos momentos,
me despido de ella, pues se va con su kayak, a bajar unos rápidos en Dios sabe
dónde.
En lo que a mí respecta, he subido de categoría laboral. Si
ayer estaba de suministrador de chapas metálicas, y material diverso de
construcción, hoy me han llenado el bolsillo de tornillos, me han dado un
destornillador eléctrico y me he subido a la pala excavadora de un tractor,
para fijar las placas de metal que conforman el techo de la nueva nave en
construcción. Ayer, me refería a la identificación de territorios o
actividades, con títulos de películas, hoy, aunque solo por el título, parece
que lo más apropiado fuere - La gata sobre el tejado de zinc -, pero en mi
caso, en versión masculina.
La verdad es que no era un trabajo exento de peligro. Las
chapas son de unos 4 x 1´50 metros, de bordes bastante finos y de difícil
manejo; la nieve se ha helado y resta estabilidad de movimientos y la altura no
es desdeñable. Felizmente, la nave ha quedado ya techada y ahora, mi nueva
ocupación, es la de desecar en un aparato manzanas silvestres que recogen por los campos
y bosques de esta región canadiense.
Pero lo que más me gusta, es visitar a mis amigos del
establo, tirar bolas de nieve a Quinoa (el perro) y sacar fotografías. Esta
mañana, paseaba tranquilamente por el
establo, en búsqueda de buenas imágenes animales y mejores efectos de luz. Se
me antojó sacar una foto con el perro, el gallo y una vaca abstrayéndome del
entorno inmediato. Estaba a media altura. Cuando menos me lo esperaba, una de
las vacas de confianza – no en vano le toco las tetas cada día, – tuvo una
demostración afectiva y me dio un lametón en la cara. Saqué la foto y la veré
bastantes veces, porque quedó bonita, pero para este modesto escribidor, será
siempre la del lametón de una vaca agradecida.
En casa, me dejaron una caja con botellas de maple de este
año, para que viera la fluctuación colorimétrica de la savia de arce, según las
variaciones del clima: lluvia, frío etc. Me sorprendió tanto cambio en tan
pocos días de diferencia y me encantó hacer numerosas fotos de las que me
siento orgulloso.
Ana iba a tirar un queso de unos 4 kg, pues la masa cercana a
la corteza tenía crecimiento de moho y creía que sabía mal. Y no era verdad,
pues de todos los que he probado estos días es el que más me ha gustado.
Veo por la ventana de mi cuarto, la nieve de siempre y los
dos caballos canadienses pastando el heno que les eché esta mañana. El cielo
está emplomado y a cinco bajo cero, no he notado frío. Mis articulaciones están
más fuertes, he recuperado el tono muscular, supongo que estoy más delgado y me
encuentro más resistente. No he terminado aún mi estancia en Marston, pero en
un avance de resumen, puedo afirmar que he visto excelentes paisajes, me he
acostumbrado al frío, me he endurecido, he mejorado mi capacidad de adaptación
ante la adversidad y he aprendido mucho.
Casi no veo aves silvestres, los osos hibernan, las ardillas
han debido recogerse estos días y sólo he visto en realidad, ciervos cerca de
la casa. No he visto alces, como era mi
ilusión, pero he comido su carne gracias a un cazador.
Preparo una presentación power point de la granja, para la
familia y para mi futuro libro electrónico. El título es “La casa
autosuficiente”, cuando puedo, escribo la crónica del día y disfruto del privilegio
de la vida, en cualquier momento, en cualquier lugar y con quien sea menester
compartir la pequeña historia puntual. En este momento, me divierte escribir,
mientras el más joven, pone el remate de la cumbre del tejado, con gran soltura
y agilidad; es mucho más artista con las herramientas de trabajo que con las de
comer.
En un lugar de Marston, donde el erablier (arce) es el rey y
la familia que me acoge, produce un magnífico maple “Tree Brand Maple”, sirope
puro maple. Hoy es jueves 5 de diciembre
de 2013
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