He empezado mi aventura de invierno en la fría Canadá. Ya estoy en la primera casa de
una ruta de aventura e inmersión en familias. Es casa de artesanía y amor; de
cerámica y armonía; de creatividad y compañía.
Rachel mueve la prensa preparando
una feria de artesanos locales y no está en casa. Sus hijas permanecen en sus
centros de estudio. El padre de familia, estará en algún lugar, haciendo algo
que yo no sé. Yo estoy conmigo mismo y con Gastón, un imponente, dulce, grande,
rizoso y bien educado perro negro, como la noche de las tierras del norte.
Así lo planifiqué y así lo hago.
Estoy acogido en una casa canadiense y colaboro en las tareas de la misma. La
actividad es variada: hacer galletas, lavar la vajilla, ordenar el taller
cerámico, pasar la aspiradora, pasear a Gastón y pasar inciertos ratos, cuando
temo perderme entre rutas, caminos y bosques, en días cortos y noches
tempranas, largas y frías.
Oigo radio española y me interesan
las actividades de los lobbies europeos y el mercado mundial del vino. Escribo
éstas líneas por el simple placer de hacerlo. Miro los amplios ventanales de la
casa y veo la noche, de intenso negro, roto por centelleantes luces de hogares
canadienses, introspectivos e incomunicados y por la luz que ilumina y alegra
las lenguas de blanco frío, que acogen en sus pendientes a los amantes del
esquí.
Gastón respira a mi lado. Un
trozo de bizcocho ha caído en tributo de merecida merienda. El techo de madera,
transmite calidez, naturaleza y autenticidad. La gran sala de vida, cocina,
lectura y trabajo, permanece silente, en penumbra y sosiego. No hace frío y la
chimenea no trabaja, ni distrae con el crepitar y el baile de sus llamas.
Un bonsoir sobresalta y alegra mi
espíritu. Rachel ha entrado por la puerta inesperada, en el tiempo imprevisto.
Momentos después, se encienden las luces, brilla el alma, vuelve la vida y el
mundo gira de nuevo. Reemprendo mis tareas; enchufo la plancha y la utilizo
contra los manteles que esperaban un beso de liso calor. Una foto inmortaliza
el momento, mientras una sonora risa invade mi rostro.
Dos cervezas después y 10
manzanas peladas y troceadas, se abren los espíritus de seres humanos de
diferentes credos, idiomas e inquietudes. Tras arreglar el mundo e intercambiar
opiniones, dejo constancia de mi dificultad para entender un acento tan
especial y Rachel me refiere un dicho canadiense: ¡Cómo quieres que hable un
buen francés, si tengo la jeta congelada!
La chimenea arde; las llamas
juegan al sube y baja; al amarillo y al naranja; al caliente crepitar que
hipnotiza quien las mira. El calor estimula la vida de la noche; la música
relaja y un alegre bienestar invade los pequeños momentos de felicidad
compartida.
La noche es aún más negra, pero
el alma es más blanca y dulce. Veo las pistas de nieve encendidas y veo el
frío, pero no lo siento. La vida es hermosa, si se comparte. La vida es
hermosa, si se tiene salud, música, calor humano y una sonrisa frente a ti. La
vida es hermosa, aunque te hiera el alma de cuando en cuando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario