Eran las 8:50 de la mañana y el termómetro marcaba -25ºC. Corrí
por la nieve, llevando conmigo a Palala. Me sentía bien y con más resistencia.
Las manos doloridas del intenso frío, no me importaban, pues el momento era
emocionante.
Anduve por un lago congelado y cuando entré en la casa,
desayuné tostadas y helado de nata.
Una incursión por la tienda de lanas de la casa, me mostró
diversas madejas de los animales que yo cuidaba, fotos incluidas. Vi creaciones
únicas de Kathy, como una larga bufanda del pelo de su perra collie o jabones
aromatizados hechos con leche de burra. También descubrí un raro y antiguo
artefacto de madera, con una cinta continua; se trataba de un dog power,
utilizado en la época, para hacer mantequilla con la fuerza de un perro.
Fuimos a comer fuera. A medio camino, vimos una cascada medio
helada con algo de agua cayendo. Nunca había visto algo así, aunque conociera
su existencia.
La comida era singular; me ofrecieron medio pichet, pero uno
ya desconfía y es un mal pensado, por lo que me tiré al pavo por si acaso.
Se trataba de una reunión de una veintena de mujeres
aficionadas a las manualidades de punto, crochet, bordados y esas cosas que
gustan a muchas señoras. La mayor, era guapa, encantadora y elegante. Era
alemana, tenía 84 años y llevaba 64 en Canadá. Enfrente tenía una encantadora dama,
que bien podía ser Halley Mills ya metida en el calendario y el colesterol. A
su lado, estaba Nicole. Era gemóloga y amante de la naturaleza en grado
avanzado. Había estado en Alaska, esquivando algún oso Grizzli, buscando y
obteniendo pepitas de oro en el río. 10 g del preciado metal, era su trofeo. Me dijo que los varones tenemos más riesgo con los osos, porque nos huelen y nos consideran como un macho competidor.También
tenía una zorra que había criado desde que tenía los ojos cerrados, oyendo
ópera, pues también dirige un coro.
No participaba del intercambio de regalos, pero me cayó una
preciosa bufanda de punto de lana negra y una caja de chocolates caseros. Me
cayeron varias simpatías, varios abrazos y un beso que te doy y otro que luego te
devuelvo, plasmado en cámara para le posteridad. Y lo curioso del caso, que por
una vez, no fue mía la iniciativa.
La vuelta era fría, pero mi pescuecillo iba caliente. Kathy
paró el coche para que fotografiara un desconocido fenómeno atmosférico para mí;
el sundog u oeil de bouc. Era una especie de arco iris redondo como un balón
que se forma por acción del frío. Atrapé el fenómeno con mi cámara, pero con
poca definición.
Otro parón más adelante, me puso frente a una bandada de
pavos salvajes. Me embargó la emoción ver sus perfiles en el horizonte y
capturarlos también con mi Canon.
Cuidamos las alpacas a noche caída; nos sentamos al amor del
fuego de hogar y nos dedicamos a nuestros afanes personales. Sí señor, un gran
día para recordar en este fructífero viaje al frío del norte.
Mañana, sacaré el billete de autobús para Nueva York, lavaré
botas y ropas para hacer una impoluta maleta, sacudiéndome los miasmas del
camino, pues lo primero es mi nuera y el proyecto de niño sin nombre que me
hará nuevamente abuelo.
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