Pasó la madrugada. He leído un
par de capítulos del último libro de Ken Follet y luego he dado una plácida
cabezada. Me siento en forma, tras disfrutar del placer de dormir sobre un colchón.
Nastya me llamó al nuevo día cuando preparaba sigilosamente el
desayuno. Me encanta verla tan
responsable, madura y equilibrada; me recuerda incluso físicamente, a mi cuñada
Raquel, cuando la conocí, hoy ya convertida en una espléndida mujer. Me
pregunto qué le deparará la vida en la nueva Rusia que se resiste a evolucionar
y borrar los viejos tics de una sociedad largamente imbuida por décadas de
comunismo.
Apenas como y no estoy
especialmente hambriento. Me acuerdo del chiste de los ministros japoneses y del nombre del de
Alimentación; no en vano, deberé recorrer la senda de ortigas que conduce al
aliviadero. Pienso en el sufrimiento del momento durante el frío y nevado
invierno y me siento afortunado por haber venido a inicios del otoño.
El precioso y negro gatito, me
mira desde el templado hogar que calienta la sala. Anoche se prometía blanditas y cálidas horas sobre mi
cama. No es que sea un anti-gato, es que no hay gato que aguante mi natural e
intermitente volteo corporal.
Me siento afortunado. Estoy
alejado de comodidades, en un país extraño, con dificultades de comunicación y
costumbres muy diferentes, pero al igual que en mi pasada experiencia canadiense,
este sitio es un magnífico lugar para un costumbrista. No es fácil adentrarse
en las entrañas de un país, compartiendo la vida personal de sus habitantes, pero
si lo consigues, es sumamente enriquecedor. Cuando compartes el alma con esta
gente, descubres un pueblo con nobles sentimientos, al margen de los intereses
geopolíticos que tanto embarran la vida. Han sido víctimas de los excesos de un
mal régimen político, como nosotros hemos sufrido también, pero menos, los
fallos del nuestro.
He sido objeto de muchas preguntas
sobre nuestro mundo, nuestra forma de pensar y de vivir, de la imagen que
tenemos de ellos y de lo que sabemos de su país y ellos no pueden saber. Y yo
he comprendido parte de sus esencias y de sus inquietudes de evolución hacia
una nueva Rusia. Nada de falsos orgullos ni revanchismos; solo dignidad,
comprensión y esperanza, no ajenas a la incertidumbre.
Pero el sol camina a su cénit, el
aseo, el desayuno y la senda de las ortigas, son mis actividades inmediatas.
Debo prepararme para asistir a un festival, para mezclarme con las gentes,
disparar fotos e impregnarme de país. A la noche, cuando vuelva cansado y con
el botín de imágenes y vivencias, estrellaré las yemas de mis dedos a este
teclado que transmite los impulsos de mis neuronas y de mi corazón….
…. Ya de vuelta, vengo
efectivamente agotado y rico en imágenes y contactos humanos, incluida alguna
cintura rusa abarcada a brazos españoles. Alguien importante visitaba el
festival, a jugar por la banda, los periodistas y las dos latas redondas
colgadas de la pechera. Andaba vagando el lugar, cuando dije que era españolo y
se abrieron brazos y se chocaron pechos. Un fotógrafo hizo fotos para algo,
mientras que un policía sin dedo gordo, me hizo fotos con mi máquina. Me
atiborraron de comida y me hicieron dar un copazo de vodka a lo macho cosaco,
aguantando bien el trago. Y es que cualquiera decía que no delante de la prensa
a la Tachenka que me largó el lingotazo.
La hija mayor de la casa, cantó
ataviada con su traje regional, en un coro lleno de ojos azules y rubias
melenas y disfruté cazando bellos recuerdos de futuro.
Lo dicho, un día espléndido con
baño de multitud, mucha labia sin saber ruso y un alma henchida de alegría.
¡Cuánto me alegro no haberme
acobardado en España ante las dudas del viaje! Ya me he adaptado a lo
complicado, he arreglado el visado con la policía y sé aproximarme a la hermosa
gente de este país,….., bueno…, también he visto mucha matriusca enorme, escasa
de hormonas y sobrada de oro en los dientes, pero solo las miraba por los
trajes y por la belleza de su canto.
11 de octubre de 2014
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