Los viejos matrimonios deben adaptarse
al sino del reloj, que marca la creciente decrepitud de la vida. Es el momento
de olvidarse de las flores de la primavera corporal y de enfrentar, llegado el invierno,
las desnudas ramas del árbol personal. Ello, no siempre es fácil.
Es tiempo de
reafirmación de afectos; de consolidación de sentimientos; de mensajes de
complicidad en silencio; de solidaridades compartidas; de miradas serenas; de
amores sin gimnasia; de satisfacción por el pasado; de confianza en el
horizonte del tiempo. O lamentablemente, de reproches del reloj trabajado; de
los tiempos perdidos; de las sonrisas fallidas; de la serenidad inalcanzada; de
los sentimientos fugados; de los caminos bifurcados; del alma partida; del
invierno en el alma; de la división del patrimonio y finalmente, de la foto
cortada.
Es frecuente, que
un “tres cuartos de vida”, te muestre una foto pasada, a tijera sufrida, con un
cuerpo de sonrisa pretérita y una mano delatora que posada en su hombro o
apoyada en su talle, recuerda una pareja otrora afanada en busca de felicidad y
ahora rota por el desgaste del tiempo; por los errores antiguos falsamente
olvidados en el saco de los recuerdos. Un profundo suspiro al huir de la
nostalgia, le enfrenta al futuro incierto del nuevo camino, de afán por ocupar
vacíos de alma; de sentir roces de piel; de buscar el abrazo acunado de una
nueva pareja y en definitiva, de afrontar el “no es bueno que el hombre no esté
solo”.
Fotos cortadas
a veces por mutuo acuerdo, de las que cada fallido cónyuge se lleva su instante
de felicidad pasada; fotos partidas, con la rabia del resentimiento; fotos a
veces rescatadas del fuego de la ira; fotos que transforman la felicidad y amor
en tristeza y desamor; fotos que reflejan la realidad del pasado y que mezclan
nostalgias, ajustes de cuentas, vacíos, tristezas, angustias de futuro,
incomprensiones y reproches.
Son
consecuencias de vida; son retazos del camino; son etapas de ruta; son jirones
del alma; son cicatrices de sentimientos; son fotos, cortadas, rasgadas o
quemadas, que como el fuego regenerador, abren paso a una nueva vida, a una
nueva experiencia; con más sabiduría; con la deficitaria ilusión del “que está
de vuelta de todo”, con menos tiempo por delante y con la esperanza de que
salgan nuevas flores en la vida, para sacar nuevas fotos compartidas.
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