Pobre Schwarzenegger, un muchacho
espléndido con una musculatura extraordinaria. Gustaba de pavonearse, como el
más fuerte del corral e incluso, me atacaba si fuera preciso, para defender su
territorio.
Verme y erizar sus plumas era un
espectáculo y lo hacía cada vez que entraba en el arca de Noé. Incluso, cegado
al verme, no respetaba el territorio de las tres vacas jersey, que le
propinaban más de un golpe con el morro.
Su presencia, imponía incluso a
los dos gallos del corral, tan fieros, cantarines y salta-gallinas, ellos. Pero
ayer fue un día agotador, en la planta de envasado de azúcar de arce y hoy
estábamos muy cansados; tanto, que Julia, la dueña de la casa, decidió no coger
el fusil para matar dos vacas. Eso, será mañana, si lo es. Pero hoy estaba la
cosa para un asesinato menor, pero nada despreciable y le tocó la lotería al
pobre Shwarzenegger, el padre de todos los pavos del lugar.
Tan hermoso, tan grande y tan
soberbio, que más que para un día de Acción de Gracias, daba para más de una
semana.
Julia amarró sus patas y lo colgó
de un soporte. Hicimos una pequeña oración previa y le seccionó la garganta.
Minutos más tarde, el apuesto, bello, chulo y pendenciero animal, colgaba
inerte. Suspendido en el interior del arca de Noé, las gallinas se
arremolinaban bajo él, mientras ella y yo, mano con mano, “pelamos la pava”
casi durante hora y media. Las grandes plumas caudales se negaban a salir, pero
finalmente cayeron. Tras quitarle la barba y arrancarle el buche, transportamos
ya eviscerado al animal. No fue fácil recorrer los 50 metros hacia la casa,
pues pesaba más de 20 Kg.
Y ella me contó su vida. En 1972,
partía yo para Nouadhibou, Mauritania, para trabajar en una empresa pesquera.
Mientras, Julia, de Ohio y su marido Paul, de Nueva Jersey, antes de ser Pájaro
Volador, llegaron a Canadá en pleno invierno a una tierra en ninguna parte,
llena de arce azucarero. La habían comprado por 5.000 dólares; casi todo su
capital. Durante el invierno vivieron en un tipi indio, con más de medio metro
de nieve en el exterior. No había agua corriente, ni luz ni carreteras.
Al verano siguiente, hicieron una
cabaña de unos 40 metros cuadrados y allí vivían y elaboraban su primer maple
que vendían donde podían. La hija mayor, Ana, fue hija del tipi, pero el resto
de los hijos, nacieron en la pequeña cabaña de la que solo quedan las ruinas,
que tuve ocasión de ver.
El negocio marchó bien, y
pudieron hacer la casa actual. El granero, el taller, el garaje, la cabaña del
sirope de azúcar, la nave de embotellado, los campos de pasto para el ganado,
las diversas huertas, todo vino después gracias a un objetivo común largamente
peleado.
Pero el hombre suele ser olvidadizo
y gallo de más gallinas. En algún lugar, coincidió con la que ahora es su nueva
mujer, llamémosla Teta Nueva y marchó del hogar, de ahí lo de Pájaro Volador.
Fueron pioneros auténticos, como
los que conquistaron el oeste americano, solo que en este caso, la brújula les
marcó el norte y el frío.
Roto el matrimonio, Julia continúa
la empresa con sus cinco hermosos hijos.
Pero a lo mío. Hoy, salvo para el
pavo, ha sido un día de relax; he cazado con la cámara, fotos de gatos, gallos,
gallinas, vacas, cabras, paisajes y cómo no, mi nuevo chucho amigo, un pastor de
ovejas llamado Quinoa, que me muestra cariño por jugar con él a bolazos de
nieve.
Tras un yantar de supervivencia,
preparé manzanas para desecarlas y guardé las peladuras para las vacas. Este
lugar es un santuario de lo bio, la conservación de la Naturaleza, el amor a
los animales y algunas reminiscencias hebreas, como el candelabro con velas, la
estrella de David, los rezos especiales y la ausencia de crustáceos, moluscos,
cerdos y conejos.
Un resumen de mis fotos del día, ilustrarán mejor que mis
palabras.
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