Quiero oler el yodo que
desprenden sus olas; quiero verlas besar la dorada arena del Sardinero; quiero observar
las siluetas de las palmeras, asomadas arrogantes al inmenso azul; quiero ver los
niños pasear por el borde rompiente de sus aguas; quiero ver los perros correr
tras el palo lanzado y escuchar el peloteo incesante de los palistas. Quiero
abandonar por unas horas, los ocres y los rojos del otoño interior, por las verdes
aguas del Cantábrico, que adornadas por algún pesquero, algún carguero o
pequeños veleros, juegan caprichosas a llegar a tierra y volverse a sí mismas.
Quiero soñar con las olas de la libertad, que te llevan a otros mundos; a otras
culturas; a otras razas; a otras formas de vida, en la que el ser humano,
escribe sobre el paisaje su afanes de ser y estar, con distintas cocinas, con
diferentes ropajes, con otras escalas de valores, pero con las misma condición
humana, sometida a ilusiones, miedos, ansias, nostalgias, ambiciones, envidias,
odios, amores y egoísmos.
Me voy al mar, para oír las
gaviotas y admirar sus evoluciones en el aire. Me voy al mar, para recordar
momentos del pasado, en los que desde un acantilado, oía canciones de Lole y
Manuel, mientras ofrecía mi cara al viento y al sol. Me voy al mar, para
sacudirme la melancolía del otoño y para ver y oír la vida que sigue, en un
mundo que no se para y del que formo parte.
Me voy al mar, en búsqueda de
alegría, para hacer volar mi espíritu, mis sentimientos, mis ilusiones y
pensamientos; pero sobre todo, me voy al mar, porque quiero cambiar por un
tiempo, el ritmo de mi vida. Profesionalmente, he seguido un camino libre,
atípico, aventurero, como el águila solitaria que domina orgullosa el paisaje
desde las alturas, pero en lo personal, soy un ave gregaria, que necesita
compartir ideas, tactos amigos, miradas queridas, alegrías con eco y sentir la
protección del grupo. Necesito sentirme como una uva en el racimo; como un
pájaro en bandada surcando los cielos o como un
pato salvaje que vuela en formación, relevándose regularmente en el
vértice de la uve que abre el viento a sus compañeros de viaje.
Abandono por un rato mi torre de
marfil; la de la seguridad y el bienestar, pero también la del aislamiento. Me
voy al mar y cuando me hinche de ilusión, libertad y espuma de vida, marcharé a
casa a por una ración de menestra y de sentimientos de familia.
Me voy al mar, pero volveré.
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