Me desperté como cada madrugada y continué la lectura del
Umbral de la Tierra, de Ken Follet.
Unas mariposas de polilla, se acercaban a la luz de la
pantalla y hube de ponerla en modo noche. Pensé que los riesgos de esta casa,
eran la lluvia, las polillas y una deficiente
distribución eléctrica.
Tras leer un capítulo del libro, cerré el libro y los ojos.
Oí un lejano aullido y me entregué nuevamente al sueño. Una
dulce voz, me dijo, “Mijail, is half past seven”
Una fuerza enorme, me pegaba al catre de mis sueños, pero
finalmente, me levanté, me enfundé la ropa de trabajo y me atusé con las manos
mis cabellos. Ante el desorden de mis pertenencias, cantaba la famosa canción
de Manolo Escobar “Donde estará mi peine”, pues arriesgaba el canto del
“Raskayú”. Dejaría para otro momento mejor el afeitado de barba medio-semanera,
pues requería torso desnudo en el exterior, un vaso de agua, un espejo contra
un poyete y un tronco-silla. Aquí todos los hombres se dejan la barba y muchos
usan coleta; existe un pañuelo especial, que protege la cabeza y recoge bajo el
paño la coleta, para poder trabajar. Pero uno no cambia a estas alturas y yo,
ni quiero ni puedo ser un peludo.
Ya en el frío exterior, los incipientes rayos del sol,
remarcaban la textura de la tierra y de todas las superficies visibles. Calcé
mis botas de goma, recorrí la senda de las ortigas y le di una alegría a mi
cuerpo. El paisaje que se veía desde aquél escatológico lugar, era idílico,
pues el bosque mostraba una preciosa gama de colores otoñales. Me pregunté
entonces, qué posibilidades habría de toparme con alguna alimaña.
Ya aseado, volví a la casa. Veronika me esperaba con un
cálido té negro, con miel y limón; un cake sin azúcar hecho por ella, feijoas y
unas crujientes láminas hechas de patata con semillas de cereales adheridas. Le
dije que ella nunca tomaba azúcar, pero que era muy dulce. Era una broma, pues
ya sabía que no comprendía el sentido de la frase. Siempre que lo comentaba,
imaginaba que yo imaginaba que ella sabía dulce y le arrancaba su dulce sonrisa.
Escribo estas líneas, mientras el “porchero” llega para
trabajar. Habíamos quedado a las 8, pero la puntualidad no parece ser su
fuerte. Hoy terminaremos posiblemente la obra y mañana, iremos a bañarnos a una
piscina con agua caliente de un geiser. Será un día maravilloso. Estoy
acostumbrado a jacuzzis, saunas, baños turcos y chorros de agua, pero aquí, es
un placer que ansío tener.
Suena en la casa música de Manuchao, me resulta tan
sorprendente como agradable, pero prefiero escuchar las bellas canciones de la
Madre Rusia, por considerarlo ahora más auténtico para mí.
Tal vez, las ocas graznen o esta
onomatopeya corresponda a otra especie animal, por lo que me invento el verbo
cuacquear, que es lo que hacen en este momento. No he visto muchos animales,
tan sólo ovejas, cabras, unas vacas, algunos pavos y sobre todo, caballos
sueltos y muchas ocas.
En breve, enfundaré las botas y los
guantes de trabajo y oiré los sonidos, las músicas, las onomatopeyas y los quehaceres del día, mientras uso
herramientas y me ducho de serrín. Son las 8 y media y la vida me llama al
exterior.
He aprendido la musicalidad del idioma y comienzo a
identificar las emociones aunque no hable ruso. “El maestro” recibió en abierto
tres llamadas continuas de una mujer. Él se despachaba con varios niets (no), pero “Armas de mujer”, utilizó sus
convincentes tonos de voz, hasta arrancar el dá (si), que le concedió la
victoria. Un cercano y potente relincho me sobresaltó inesperadamente; pues un
jumento parecía decirle al ruso que no fuera burro y siguiera de caballo.
Ya era un pinche experto: me adelantaba a las necesidades de
cada herramienta del maestro, cuidaba de su seguridad y a veces, entre
sonrisas, le decía "muniñinia", pues algo así significa “piensa” en ruso. Pronto
me hice indispensable y a veces, me preguntaba mi opinión sobre la colocación
de alguna pieza.
Observaba los movimientos del lugar; ahuyenté un caballo que
podía derribar la motocicleta del maestro, vi el tráfico familiar hacia el
aliviadero, las gentes del camino y toda una vida de aldea. Vi pasar a Tasya,
la hija pequeña de la casa, a la que he apodado “Culoalviento”, pues suele
pasear exclusivamente vestida de cintura a la cabeza.
Pienso en las mujeres de las 4 familias Helpx en las que he
estado: la resolutiva ceramista Rachel, Julia la del maple, Kathy la textil de
las alpacas y ahora, Veronyka la dulce. Todas diferentes a las que he ayudado
con mi mejor voluntad. Es aquí sin embargo, donde la ayuda es más apremiante y
donde sufro por la precariedad de su subsistencia.
Me pregunto si marcharé cuál será mi próxima singladura. Sin embargo, antes deberé rehacer mis pensamientos y mis sentimientos, tras la recomposición
de mi escala de valores.
Estoy acostumbrado en parte a la situación, pero bien es
cierto que cuando despegue en Pegasus Airlines hacia Estambul, haré más
llevadera mi preocupación por esta familia. Creo que cuando se vive de cerca la
necesidad ajena, no hay corazón bien nacido que no se haga solidario. Uno da
prioridad a lo importante y se cuestionan muchos caprichos "tan imprescindibles como innecesarios"; se da un buen uso al agua, los alimentos, la energía en
cualquiera de sus formas y en el fondo, se hace uno mucho más maduro, justo y
honesto.
He comido un cuenco de cereales cocidos y un par de bastones
de pepino sin aliñar. Me muero de ganas de beber una fría cerveza y saciarme de comida, pero no puedo hacerlo ante ellos, aunque solo sea por solidaridad y respeto a quienes me ofrecen su casa con el amor y la dignidad que lo han hecho. Engaño mis ansias con sobredosis de té en vena y me entrego al placer de la escritura.
Es lunes e imagino que los receptores de mis crónicas han leído ya los renglones que envié ayer por e mail. Me siento acompañado por mi gente en la distancia, sabiendo que comparten esta aventura de vivir, que inicié en un loco y osado atrevimiento y está siendo para mí un importante elemento de reflexión.
13 de octubre de 2014.
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