sábado, 10 de enero de 2015

Hogar; dulce hogar

150 km de ruta blanca, con nevada cada vez más intensa. Carretera progresivamente peligrosa; tensión acumulada; ojos alertas; manos crispadas y luces de la casa tras el feliz retorno. No es mia, pero como si la fuera, pues es calor, música, luz y seguridad. Tras las últimas y crujientes pisadas sobre la endurecida nieve de la entrada, ingresamos en ella con la materia prima para el jueves de creatividad cerámica.
Chimenea encendida, gran árbol navideño encendido en el exterior; velas en la mesa; carne de alce en el plato; buen vino para alegrar la velada y hoy, sin música de ondas, pero con cálidas notas de corazón.
El placer a la mesa, estuvo asegurado: una pareja en sintonía; una preciosa hija tan dulce e inteligente como femenina y un español dispuesto a beber el vino y empaparse de la dulzura de esta familia.
Corazón caliente, alma templada, bienestar general y repaso de la jornada.
Madrugamos con amanecida blanca y fría. La nieve invadía los ventanales y la marcha fue rápida, a la antigua iglesia anglicana convertida en centro social. La rueda de prensa exitosa; nuestros bisquits, alegraron la mañana, regadas por una misteriosa tisana roja que una herbolaria ofrecía como misterio. Se puso bizca cuando le dije que era karkadir, también llamada bishop o agua de Jamaica y le intrigó mi acierto. Fui la nota exótica, de europeo y español que entiende de artesanía, tanto que se apuntó mi familia, organizadora del evento. Fotógrafo del evento, contador de folletos para correos, porteador de trastos varios, y compañero de ruta en busca de porcelanas a medias para la jornada de mañana.
Y previsiones de aventura, pereza incluida. El viernes parto hacia el lago Mégantic; dos autobuses antes de que me recojan para llevarme a plena montaña, donde obtienen el maple o azúcar de arce. ¿Cómo serán? ¿Dormiré caliente? ¿Comeré lo suficiente? ¿Entenderé un cerrado acento que me trae de cabeza? ¿Serán igual de afectuosos y respetuosos los nuevos receptores de este viejo organismo? ¿Daré la talla en la montaña? ¿Habrá animales de los que deba cuidarme? y tantos interrogantes más, que no son sino incertidumbres a las que debo enfrentarme con la consecuente carga de adrenalina.
La felicidad la conquisto cada día, en una mezcla de trabajo por alcanzarla, flexibilidad para adaptarme, educación para la convivencia, sonrisa para ganarme a la gente y sobre todo, la buena disposición de ésta, para tener una relación cordial exenta de tensiones.
Sí, sonrío porque me lo merezco y porque lo necesito. Se me ilumina la cara, porque prefiero las arrugas en las comisuras de los labios a las del ceño fruncido. Se me reconfortan el corazón y el alma, porque sólo recibo energías positivas que empatizan y me agrandan como persona.
Y pienso cómo el ser humano se complica la vida, cuando las relaciones humanas deberían primar sobre la rivalidad, la dominancia y tantos factores negativos que no quiero recordar, aunque la matrícula de los coches Quebec, digan lo contrario, respecto de los ingleses. (Je me souviens). Y pienso que otra vida con más oxígeno y miel es posible.
La leña se acaba y no la repongo. Pronto descenderé a la sala de televisión, para ver una rivalidad glacial, con patines de hielo, stik y pasión, pero ese es otro tema y ahora solo quiero añadir las fotos del día. 
Soy el de siempre, con rojas orejas de chimenea, con pies en mesa; con ropa vieja, pero amorosa, como mi cansado corazón, con la sonrisa y la broma, como bandera. Estoy a 500 metros de las pistas de nieve, a muchos km de la España que me duele y expectante del camino de cada día.  27 de noviembre de 2013.  









No hay comentarios:

Publicar un comentario