Sentí un sedoso contacto en mi piel y un ronroneo de
bienestar. Chiouioui, la gata de angora peinada como un león, se había colado
en mi habitación, subido en mi cama, aprovechado mi calor humano y expresado su
satisfacción, en una noche de frío canadiense.
Al ronroneo, siguieron mis caricias, en el cuello, aquél se
hizo más potente y sentí un áspero lamido en la mano.
Eran las 4 de la mañana y deseaba dormir; abrí la puerta y la
dejé fuera, sin poder cerrar del todo la puerta. Minutos más tarde, la abrió
nuevamente y me rendí a la evidencia. A las 5:06 de la mañana, mis párpados se
caían de sueño, mientras mis manos actuaban contra el teclado.
Pienso que cuando hay amor y ternura, lo saben reconocer
hasta los propios animales; incluso, éstos los sienten y agradecen antes que
las personas, pues son más primarios, más directos y no pasan facturas de
lejanas historias de la vida.
La sedosa gata gris, me había destrozado el sueño, pero me había
dado un pequeño momento de compañía y felicidad.
No es sólo esta felina, todos los ocupantes del arca de Noé
que supone esta casa con su granja anexa, transmiten un cierto grado de
felicidad a quien tiene la suerte de sentir su cercanía. Las simpáticas
alpacas, las desconfiadas y huidizas llamas, las cabras cachemir, los tres
perros basset con mirada casi humana, la propia perra Mimí, guardiana del
exterior y aparentemente peligrosa, todos parecen sentir y agradecer la bondad
a su modo.
Kathy, Dave, Eva y yo, somos seres humanos circunstancialmente
bajo el mismo techo. Disfrutamos de unos días en los que compartimos
experiencias, distintos hechos y trayectorias culturales, escalas de valores,
percepciones y filosofías de vida más o menos coincidentes.
Los seres humanos, somos como las hormigas, que laboran, se
organizan, viven en comunidad, recorren juntos el sendero y se tocan y
reconocen con sus manos, como lo hacen aquéllas con sus antenas. Es cierto, que
hay quien prefiere la soledad y el aislamiento, pero la gran mayoría de los
seres humanos, preferimos el contacto, el intercambio y la transmisión de
sentimientos, pues somos como racimos de uvas que penden de una misma
estructura.
Pero los seres humanos, también necesitamos poner la mente en
blanco, descansar y entregarse al sueño. Y eso es lo que intenté, para que la
gata me dejara dormir.
Un tac tac sonó en mi puerta; era Eva cantándome la hora de
las llamas. Bajé hecho un Adán. Eran las
7:15 y un canadiense, habría dicho que hacía calor, pues el termómetro estaba a
-3ºC. Sacamos los perros basset y también a la perra collie y recogimos los
huevos de las gallinas. Dimos la comida a los camélidos y a las cabras e
intentamos atrapar a BUC, pero el muy cabrón (es un macho cabrío), no se dejó y
no pude curar su pata herida.
Eva y yo, ya aseados y más civilizados, recorrimos en coche
unos 5 km de hielo con carretera debajo. Compré los ingredientes necesarios y
al volver a casa, hice los preparativos para la cena de las 5 de la tarde:
pinchitos morunos, tortilla española y sangría.
Y mientras Eva skipea con sus hermanos de Francia, miro la
blanca nieve que cubre los 2000 arces de azúcar que Kathy posee. La finca,
posee además la granja de camélidos, la tienda de productos textiles, el garaje
y la propia vivienda, repartido todo ello en diversos edificios junto al hielo
del camino.
De todos los animales, me atrae Palala, un algo indefinido,
pues es un huariso, híbrido de llama y alpaca y al estar castrado no es ni lo
uno ni lo otro. Este castrati, no se distingue por el bel canto, sino por una
lana muy especial, que merece su propia etiqueta en la lana que se vende en la
tienda del establecimiento.
Y pienso, que cuando las dulces ataduras se deshilachan, se
recuperan las mieles de la libertad. Y pienso, en nuevos caminos, rutas,
senderos, estelas de agua o crujir de hielos que lleven a nuevos paisajes y
paisanajes.
Cuarenta años atrás, en Mauritania, miraba los surcos de agua
de los barcos que nos traían o nos llevaban pescado del Golfo de Guinea y
soñaba con destinos que no siempre llegaron, pues mi sino era ser funcionario
español, tener seguridad económica y una familia de amor. Cuando cambié las
doradas arenas del Sahara por las verdes montañas de la entonces provincia de
Santander, aquellos sueños quedaron olvidados por la realidad.
Desprendido de la corbata, el calendario y el reloj; a nido
vacío y a inquietudes llenas, pienso en rutas de camellos bactrianos, búfalas
de agua, paseos en elefante asiático, campos de arroz en Vietnam, cría de
bisonte americano o simplemente, en lugares donde el viento me lleve en busca
de una cuchara, una mirada, una hoguera reparadora y una aventura humana, ya
sea en fondos verdes cerrados, dorados abiertos, blancos sobrecogedores o
azules estelas entre delfines amigos.
Porque la vida es corta y el mundo es grande; porque el mundo
es mi patria y pertenezco a la tierra que me ofrezca una mano tendida, una
mirada franca, una abierta sonrisa y un abrazo fraterno.
Mientras tanto, espero la noche que me pasará del 10 al 11 de
diciembre del 2013, aquí en Compton, Quebec, Canadá y como esta noche aparezca la
gata Chiouioui, la acariciaré con mucho cariño el garguero y le arrancaré un
MIAUUU, mientras la empuje escaleras abajo, porque tener frío no es del todo
agradable, pero tener frío, sueño y no poder pinflarme de naranjas, es demasiado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario