Mi cuerpo estaba fatigado, pero mi activa mente no me
permitía dormir la madrugada. En pocas horas, los dos papas que más me habían
marcado la vida, serían elevados a los altares.
Años atrás, había visitado sus tumbas en el Vaticano y había sentido una
fuerte emoción, al estar junto a sus restos.
Las babosas y los caracoles, estarían pastando el jardín,
mientras los erizos, sus predadores naturales, podrían actuar con ellos, como
los lobos hacen con las ovejas. Mis nuevos fresales, estarán enraizándo lentamente en
la suelta tierra prometida de marga, turba y arena, para premiarnos con su
espléndido sabor agridulce.
Las lombrices del jardín, en su noche eterna, estarán
aireando la tierra en busca de su pequeño festín, ajenas al peligro de los topos.
Las flores de los frutales, estarán desnudándose de sus pétalos,
convirtiéndose en promesas de frutos de verano, siempre con el riesgo de una
granizada, un viento brutal o simplemente, una inmensa variedad de insectos que
pretenden buscar su alimento. Es la lucha constante por la vida y la
perpetuación de las especies; es la transformación permanente de la energía,
que se transfiere de uno a otro organismo, desde hace millones de años, en este
maravilloso planeta.
Las sábanas afelpadas y una ligera pero amorosa manta, me
producen un profundo bienestar, mientras huelo la noche a través de la
entornada ventana. No cantan los sapos; tampoco lo hacen las ranas del
estanque; los jilgueros duermen en su nido, entre las hojas del mandarino. Es
silencio total y la humedad, que todo lo invade impide ver las estrellas.
Cuando mi mente vuela por las tierras de Dios, miro el sol,
la luna o las estrellas; no tanto para orientarme con ellas, sino para estar en
común unión con los seres queridos que allende los territorios, pudieran
compartir en ese momento, la misma mirada; los mismos sueños; los mismos
sentimientos.
He viajado. He vivido. He abrazado en muchas latitudes y
compartido emociones con gentes de distintos colores de piel, hábitos e idiomas
diferentes. A veces, éramos muy dispares en orígenes, estatus, filosofía de
vida, escalas de valores,… pero siempre, encontrábamos lazos de mutua
comprensión, de sintonía personal, de lógica curiosidad, de solidaridad ante la
adversidad, o simplemente, de dar rienda suelta a la necesidad de amor y
amistad que surgen entre los seres humanos.
No, esta madrugada no vislumbro las estrellas, pero me
acuerdo de mis compañeros de vida diseminados por Australia, Norteamérica, Canadá, México, Chile, Suecia, Grecia, Argelia, Sao Tomé é Principe, Senegal, Rusia… sin contar con los amigos y familiares que en esta España que me duele, comparten cercanamente conmigo sus
afanes, emociones, preocupaciones, amores y desamores, recuerdos y olvidos.
Sé que están ahí; sé que cuando la bruma se va, puedo ver sus
estrellas; sé que cuando los necesito, los veo o los llamo, conectamos en recuerdos y proyecciones de futuro. Como si el tiempo no hubiera
girado alrededor del astro rey o con las más humildes, pero inexorables agujas
del reloj, a las que el desaparecido Lucho Gatica, las pedía cantando, que no
marcaran las horas.
Cantabria es tierra, nublosa, que me da la alegría con su verdor y melancolía con la lluvia; pero no siempre me permite ver las estrellas que me comunican con mis seres queridos repartidos por el mundo.
En la negritud de la quieta y húmeda noche, imagino proyectar en el cielo del dormitorio, un haz de luz con el mapamundi y fijar en
mi particular firmamento, una estrella fluorescente por cada familiar y amigo
lejano. Un vínculo intimista en mi pequeño microclima afectivo, de las largas
noches de corto sueño.
Ojos fatigados tras largas jornadas de ordenador y
creatividad; manos doloridas de hundirlas en la fértil tierra del jardín de
flores y de la huerta de sabores; brazos cansados de diversas labores … ,mientras la vida llama a vida y a muerte
entre afanes y sentimientos.
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