martes, 20 de enero de 2015

Crónicas marruecas. Tercera parte

Me ha despertado el frío de la madrugada. He puesto la tercera manta sobre las blancas sábanas que acogen mi humanidad.  Mis manos pulsan lentamente el teclado del ordenador, que sienten el frío, al igual que la nariz. Es un momento de sosiego e intimidad, preludio del bullicio que me espera en una colorida y viva ciudad.

Marrakech ha inspirado a numerosos escritores y servido de escenario de varias películas. Los viejos como yo, recordarán El hombre que sabía demasiado, por ejemplo, de James Stewart y Doris Day. La ciudad es polo de atracción de numerosos turistas occidentales, que muchas veces, pasan por aquí con cierta superficialidad y regresan a sus orígenes creyendo ser unos pequeños "Lorenzos de Arabia".

El turismo de aluvión, no siempre habla con la gente ni entra en el alma de un pueblo. No aprovecha la ocasión para conocer sus costumbres, su sistema de vida, sus aspiraciones y todo lo que rodea su ser. Pasa por los sitios con ojos sin alma, aborregado y sin captar la esencia y la historia de un país. Se conforma a veces por demostrar a su vuelta un "yo he estado allí"

En lo que a mi se refiere, me gusta disfrutar "de las piedras", lo paisajes, las comidas y la cultura de un país, en este caso Marruecos. Pero me gusta estar en los remansos de la corriente del río turístico y compartir, lejos de las aglomeraciones, una conversación y una sonrisa, con algún autóctono que no me mire tan sólo como un turista de quién conseguir " el pan nuestro de cada día.

Ya oigo el río de la vida. Es hora de levantarse y sumergirse en la idiosincracia de esta ciudad; de satisfacer mi hambre de comida y también de espíritu, mientras que acompaño a mis amigos, Alejandro y Vivían, a la búsqueda de geodas de cuarzo.

Hemos desayunado en dos tiempos. Primero, un gran zumo de naranja en la famosa plaza Djema l’ Fnaa. Luego, un café con leche y un crêpe marroquí en una cafetería para lugareños.

Ya en la veterana furgoneta, que es una especie de hogar rodante, salimos de la ciudad a un destino que no procede decir. Nos esperan cuarzos en forma de geoda, una especie de “huevo kinder” de la geología. De extremada dureza, no se corta como en Brasil, sino que se abre con un certero golpe. Es necesaria experiencia, como todo en la vida, aunque este trabajo, no sea comparable, en cuanto a la responsabilidad, como el impacto preciso, de punto, ángulo y potencia que requiere un diamante en bruto, antes de lucir su oculta belleza, en la mano o el pecho de una dama.

Tengo desde hace décadas, una geoda brasileña y otra como las que ahora buscamos. Duermen en mis vitrinas, regalando la vista y evocando recuerdos. Ya estoy de vuelta de estas cosas, pero ruedo la vida con mis compañeros de ruta; ellos como medio de vida y yo, por emociones del camino.

Mi atuendo es práctico. En terno negro, de travesía, lleno de bolsillos con cremallera, para evitar en lo posible pérdidas y robos. Es un almacén portátil para pasaporte, cartera, dos dineros diferentes, cuaderno de viaje, batería de repuesto para la cámara, pañuelos de papel, dos teléfonos móviles y la llave del “reposadero”, como llamo  al hotel Ghazala”, donde espera mi equipaje sin objetos de valor.

El dueño de las geodas, nos ha ofrecido te a la menta acompañado de nueces y almendras. En el desierto se toman tres tes; el primero, dulce, el segundo suave y el tercero, amargo como la muerte. Me he bebido los dos primeros y por lo menos, cinco muertes, por lo que si fuera un gato, ya andaría preocupado.

Algunas mercancías se han comprado al peso, usando para ello una balanza de personas. Vivian contrasto su fiabilidad “ midiendo su gravedad”, pero no quiso aceptar el resultado. Conocedor de mi cifra, me subí a la báscula sin complejo y reste a la fatídica cantidad,  el peso aproximado de mi indumentaria, calculando así el montante de la transacción.

Nada que ver la gente del campo con los caza turistas de la ciudad. Aquí se comportan con la sencillez y la hospitalidad tradicional del Marruecos ancestral, ajenos a la contaminación turística.
De vuelta a Marrakech, pienso mas en los puestos de hierbabuena para los marroquíes que en los expuestos para el “ turisteo”; una cuestión de autenticidad y una búsqueda de material para mi atlas alimentario.










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