viernes, 23 de enero de 2015
Crónicas marruecas. Cuarta parte
Hemos abandonado Marrakech. Vamos a Safi para comprar cerámica. Es una ciudad asomada al Atlántico y en ella tiene su taller el ceramista internacionalmente famoso, Mulay Hamed Serghin.
La ruta es buena y el cielo hermoso; los campos verdean por la lluvia llorada, aunque muestran el pedregal de sus entrañas. Hombres con chilaba, pastorean numerosos rebaños de pocas ovejas y algunos corderos de invierno. Periódicamente, se ven pequeños asnos de tiro y monta. Algunas cabras y menos vacas, pasean aisladas.
Llegado al destino, hemos visitado un taller de cerámica. Los lugareños hacen su arte con la arcilla de la región y con tintes españoles. Hemos visto un alfarero con torno de pedal y varios hornos antiguos para la cocción de los trabajos. Un niño jugaba al balón, no lejos de piezas secándose en la calle, lo que resultaba preocupante.
Las piezas terminadas, se exponían abarrotadamente en una cueva natural. Dada la estrechez del lugar, salí de la gruta antes de hacer algún estropicio y quienes me conocen entienden lo que digo.
El muecín llamo a la oración mientras las palmeras marcaban su silueta en el ocaso del sol. Las anaranjadas tonalidades del momento, no remarcaron un color determinante de la ciudad.
Algunas ciudades marroquíes, tienen un color definido. En la ya lejana Marrakech, es el ocre, uno de los colores dominantes. En Xauen, considerada Patrimonio de la Humanidad, predomina el blanco y el azul , lo mismo que en Sidi Ifni. Desconozco las razones de preponderancia de estos colores, pero es una nota de cordura, dar un toque de identidad propia a las ciudades del mundo, pues son cada vez más impersonales y anodinas.
Realizadas las compras de cerámica, nos dimos un homenaje en un buen restaurante. La música de piano amenizaba el local y disfrutamos de la calidez del ambiente.
21 de enero de 2015
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