Un electricista me comentó que su padre combatió en la guerra de Sidi Ifni. Las sucesivas generaciones, hacemos la historia, escribiendo en ella las consecuencias de nuestras ambiciones de poder, intereses económicos, identidades, creencias religiosas, ansias de libertad y toda una gama de sueños, ideales o bajezas, propias del ser humano. Lo cierto es, que nuestros padres derramaron su sangre en una contienda innecesaria y que años más tarde, los hijos, sabemos convivir en paz.
Anoche, tome un té moruno en el hotel. La sala tenía un encanto especial y me sentí inmerso en un mundo intimista y encantador. Una joven veinteañera, ataviada a la manera tradicional, hablaba dulcemente en árabe. Era hermosa y femenina. Tenía una tez ligeramente aceitunada y bien podía ser una lozana andaluza, vestida de otra guisa, pero igualmente encantadora.
Los flujos poblacionales y los años de historia compartida, de encuentros y desencuentros, han marcado nuestras realidades humanas, tan diferentes y tan parecidas al mismo tiempo.
Inicio un nuevo día. Quiero recorrer cada rincón de la ciudad, escudriñar vestigios de la España ida, ver su mercado, conocer su realidad actual, pulsar el sentimiento de su población, hurgar en los recuerdos de los ancianos y ver los estragos de las graves y recientes inundaciones.
Quiero bajar a la playa y ver el océano, con sus incansables olas, en su eterno baile de ida y vuelta, besando esta tierra, modelando su costa, proporcionando sustento, trayendo vida y alegría o quitando vidas en sus tormentas amargas.
El despertar es lento y la actividad no bulle antes de las 10. A esa hora, saldré al camino, con espíritu abierto, curiosidad y ganas de perderme entre la gente, en la gran aventura humana de la vida.
He bajado a la playa. Las inundaciones recientes han sido desastrosas incluso allí. Toneladas de piedras, abundantes restos de cañaverales e incluso una palmera arrancada de la madre tierra, claman el desastre.
Más de 300 puentes destruidos en la región y numerosas casas construidas en cauces secos de Sidi Ifni, han pagado el precio de la catástrofe.
El desayuno fue tardío, pero exótico y nutritivo. Un zumo natural de naranja, un crepe marroquí con miel y un batido de almendras frescas y dátiles. No pude menos que evocar la bienvenida que cuatro décadas antes, me dieron en un oasis: leche de camello con dátiles machacados.
Frente a mi, una dama sueca con el calendario trabajado, desayunaba pausadamente un te inglés con tostadas y mantequilla. Su tez blanca, sus ojos inmensamente azules y su abrigo de cachemir era un espejismo en esta abrupta región.
Pusieron en mis manos dos libros, que eran joyas de la época colonial: Formación de cabos, del Estado Mayor Central y Reflexiones morales, este último de Ignacio Otto y Torre, Capitán de Caballería del Ejército Español. El libro, fue publicado por Ediciones Ejército, Madrid, en 1943, con el epígrafe, Charlas para el soldado. Los comentarios, eran el reflejo de la época y abordaban temas de orgullo patrio, esfuerzo, locuacidad e incluso de la castidad y otros aspectos personales.
Pasee por la ciudad, vi la antigua Sede de la Gobernación, que aún conserva el escudo español de la época, con la efigie del águila. Y aprendí algo de historia
Allá por el siglo XVI, España había tenido un enclave comercial en esta parte africana. En 1905, los países europeos se repartieron el continente africano en la Conferencia de Berlín. España hizo valer su derecho, por un pretendido lugar llamado Santa Cruz de la mar pequeña. La ubicación no fue rigurosa, pero sirvió para que le adjudicaran un territorio de estratégica situación para proteger las cercanas Islas Canarias.
Precisamente, esa cercanía, ha sido aprovechada por emigrantes clandestinos, que salen de estas tierras hacia nuestras islas, arriesgando sus vidas en pateras, en busca de un mundo mejor.
Vi el colorido mercado de abastos, cambie euros y fui un ladrón de espaldas. No es fácil sacar fotos de los lugareños en primer plano, pues su mentalidad no es proclive a ello. Pero mi pasión fotográfica, me incita a robar imágenes de dorsos llenos de color, sinuosidades y luminosidad. No se ven rostros, sólo telas al trasluz en forma humana. Un recuerdo magnífico de un lugar y una población con enorme atractivo humano. Tal vez, algún artista local, haga de Sorolla en estas tierras, y pinte la luz, el viento, el color, las transparencias y la autenticidad de este pueblo, aislado y bendito por el calor de invierno.
Una enorme bandeja con flores de bouganvillea, inunda de lila la mesa de nuestro salón. Mi vacía copa llora por su robada cerveza; Alejandro maneja la sartén que grita el caliente aceite de oliva de Xauen; Vivian trabaja su carne de cabra con arroz, tomate y picante. Mientras, espero impaciente, el sabroso yantar. Después, Malika, me servirá, en su Suerte loca, una tetera de cálido y dulce te a la menta, escaso de agua y denso de sabor, como los que bebía en mi juventud perdida, de arenas mauritanas.
Los africanos dicen que nosotros tenemos relojes y que ellos tienen el tiempo; no les falta razón. Viven menos años, pero viven más intensamente la alegría. Allá por donde voy, a veces veo pobreza, pero siempre hay risas de dientes blancos que resaltan sobre la piel del color tierra. En un mundo globalizado, de comidas de fusión; de pieles teñidas o desteñidas, según desde donde se mire; de músicas mezcladas y de corazones compartidos, bien pudiéramos los que nos tenemos por desarrollados, considerar de que valen tantas prisas a ninguna parte, para conseguir con años de esfuerzo, lo que ya tienen los africanos. Es decir, el tiempo, la vida pausada, la risa y la alegría. Bien pudiéramos nosotros, hacer una filosofía de fusión, en la que la eficacia, la eficiencia y la consecución de objetivos, se atenúen en pro de la vida en mayúsculas, con sus tiempos y sus cadencias.
23 de enero de 2015
Miguel , deverias escribir un libro, lo haces de maravilla, estoy orgullosa de ser tu amiga.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo
Gracias Mariceli. No lo hago mal y tu eres mi amiga, y me miras con buenos ojos. Un beso
ResponderEliminar