Desperté la madrugada; la misma
que me arrancó seres queridos de este mundo. El frío cumplía con su trabajo de
otoño y la luz asomaba tímidamente por la ventana. Había dormido prácticamente
sobre una dura tabla, escasamente amortiguada por una manta y mi cuerpo estaba
recio y descansado. La levedad de la iluminación, resaltaba las rugosidades de
las superficies, creaba las primeras sombras y convertía la única sala de la
casa, en un entorno mágico, auténtico y primario.
Los gatos dormitaban placenteramente
sobre el apagado hogar que calienta el ambiente. El silencio es absoluto. No se
oyen los chacales ni los lobos ni los osos, que los hay, como también hay
zorros y jabalíes por estos territorios, Todavía no habían ladrado los perros
ni cantado los gallos la madrugada; ni un piar de pájaros; tan sólo el ruido de
mis pensamientos, fluyendo a borbotones de mi mente, mientras meditaba las
palabras del sabio: “Las grandes obras, son fruto de la inspiración y la
transpiración”, pero el frío no me animaba a sacar de la cama más que mi nariz
y con reparos.
Oí los primeros desperezos, algún
suspiro infantil y los primeros pasos de la casa. Nastya, preparó su desayuno, con eficiencia,
delicadeza silenciosa y con una gracilidad solamente disponible en personas
agraciadas con el don de la naturaleza. Me sentía como Jasón, el personaje del
Caballo de Troya, que descendiendo de la cápsula del tiempo, se entremezcló con
los habitantes de Jerusalén observando con gran interés, los pequeños detalles
de la vida en la época de Jesús de Nazaret.
Nastya era pura belleza y
femineidad, responsabilidad y simpatía; una magnífica flor del maravilloso
paisaje de la vida. La hija que todo padre habría querido tener,…menos el suyo,
que fundó una nueva familia, perdiéndola a medida que se alejaba por el
horizonte.
Veronyka se puso en pie y preparó
su desayuno. Vi cómo calentaba su té y lo edulcoraba con miel. Antes de
beberlo, se comió una jugosa pera. Ese fue su sabroso pero sobrio desayuno. No
me extraña que esté delgada. Roto el
silencio, iniciada la actividad y despertado mi estómago, di un paso al afán
del día.
Me preparó un té con hierbabuena
y leche; luego me dio un dulce hecho por la encantadora Alexandra, la joven
mamá pisadora de barro y paja y me ofreció una pera de agua. Fue un desayuno
frugal pero suficiente y quedé satisfecho al inicio de la jornada,
Veronyka procedía del norte de
Rusia, junto a la frontera noruega; de allá donde la Gran Rusia tiene su flota
del Ártico. Su padre, ya fallecido, había nacido una semana antes que yo. Mi anfitriona había estudiado 5 años de Ingeniería
Forestal en San Petersburgo, y aunque no ejerce sus estudios, conserva una
buena formación intelectual. Sus manos reflejan la nobleza de su duro trabajo
de superviviente y responsable de 3 hijos. Le he regalado mi gorro rojo de
lana, aunque lamento haberlo hecho, pues con él no usa el típico pañuelo de
campesina rusa, que la hacía más auténtica.
He hecho las primeras fotografías
del día, para plasmar en colores las primeras luces del día y lo primeros
balbuceos de mi segundo día ruso.
Afectado por dos cambios horarios
- estoy ajeno al reloj; desconectado de internet y con el sueño afectado por
los cambios de biorritmos-, he perdido la noción del tiempo. Tan sólo la
disciplina de escribir mi artículo diario, me permitirá seguir el devenir del
tiempo, sin desconectarme del calendario humano.
El “Amor y vida”, que encabeza este artículo es una referencia
a la sorpresa que tuve ayer, cuando vi a cien metros de mi casa, un sueño de
hogar, que se hace realidad, gracias a la imaginación, el trabajo, la
determinación y el tesón, de una joven parejas. Cada día, Alexandra y Alexei,
mezclan arcilla con agua y paja, pisan la mezcla y preparan el adobe.
Posteriormente, lo añaden al entramado de madera, construyendo con amor e
ilusión, una original y bella casa; un hogar y un paraíso de futuro. La joven
madre, por necesidad o tal vez, por construir la historia, trabaja con su” bebé
puesto”, haciéndole también a él, partícipe del proyecto.
Tengo frío; el sueño me recuerda
que me he anticipado a la madrugada y he decidido reclinar mi “eres polvo y en
polvo te convertirás”, en la dura madera de la noche. Tiempo habrá para letras,
palabras y frases a escribir en la novela de la vida.
Ya de vuelta a casa, consigo
conectarme a internet en teclado ruso de un ordenador ajeno. Me tranquiliza saber
que mi familia ha recibido noticias de mi llegada.
He comprado un colchón por 9
euros, por lo que no dormiré más al “machacahuesos style”. De hecho, he
comprendido porqué los grandes mamíferos no soportan largo tiempo anestesiados
y tendidos en el suelo, porque mueren aplastados por su propio cuerpo. Hemos visitado una familia joven con tres
preciosos hijos. Todos son guapos, porque los veo rubios y de ojos verdes o
azules y suelen ser delgados por razones de convencimiento o de sueldo.
He sufrido la burocracia rusa,
reminiscencia de su pasado político y de la escasa informatización. En una
larga cola para cambiar en una oficina oficial, una señora quería euros y yo
rublos. Pedí a Veronyka que le ofertara el cambio directo y se asustó, pues
podían detenerme por ello y hasta enviarme a Moscú. Sabiamente, aguardé la cola
con estoicismo, pero defendiendo mi posición con los codos bien abiertos, ante
gordas matriuscas de grandes tetas y mayores caderas.
Compré bananas a los niños. Era un espectáculo ver
cómo atacaban esta fruta que tanto disfrutaban. Recordé entonces que un alemán
de la República Democrática, que pasó a la Federal al caer el muro, tenía
ilusión por comer plátanos, fruta casi inexistente en su extinto paraíso
Resulta cómico, pero no paro de
hablar con la gente,… claro, que en inglés,… o algo así, vaya usted a saber.
Comprendo y me hago comprender, llegando incluso a discutir de economía y de política.
Y es que quien no se tira a la piscina, nunca aprenderá a nadar. Tengo fotos de
animada conversación con la gente.
Mañana volvemos a la ciudad pues
hay un festival de algo e intuyo que es similar a lo de la Feria de las
naciones, pero en rublos. Estoy expectante para sacar fotos.
Resumiendo mis impresiones de
hoy, ya me voy acostumbrando a la vida de este rincón del mundo y sacando
provecho del viaje. Esta madrugada, pensaba los momentos vividos y recordaba la
cama caliente del barco pesquero bretón frente a las frías costas de Islandia
pescando bacalao; la manta sobre la arena en la jaima en el desierto del
Sahara; la noche en una casa de Gulimín, en el sur de Marruecos o la dormida al
ras en el desierto argelino. No me arredro pues ante nuevas experiencias, si
bien he de confesar, que en este viaje, tenía un ligero aconcojamiento por no
equivocarme más con la ortografía.
La vida es bella, aunque a veces
no sea cómoda y más duelen las durezas del alma, que los colchones de pino.
Esto es Baracaevskaja, una pequeña aldea, cuyo
nombre me han tenido que escribir, por lo difícil de retener. Yo soy el de
siempre, escribiendo mi crónica diaria lejos de mi rincón de la verdad,
cambiando la serie “El abuelo se divierte” por la de “El abuelo cogió la
mochila”. Mis sueños vuelan a nuevos rincones perdidos, tal vez con familias
vietnamitas, pues ya puestos,… si tengo que hablar vietnamita, que se vayan
preparando.
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