Los aplausos de homenaje, cansaban las manos en las ventanas; la música de balcones, llenaba las calles de notas solidarias; la imaginación de los padres, contenía los diablillos, que retozaban en los hogares.
Íbamos con miedo a las tiendas, en busca de comida, para volver a casa, en afán de supervivencia.
Estuvimos confinados en los domicilios, para evitar contagios y perdimos nuestros ancianos, sin consolar sus últimos momentos, ni honrarles en los entierros.
Titiriteros de la palabra, decidieron nuestros destinos en el Congreso, entre intrigas, demagogias, mentiras y vanidades.
El miedo atenazó la población, que esperaba y desesperaba en sus casas, el tañido de las campanas de libertad.
Llegadas las vacunas, nos acercamos a ese día y entonces, inundaremos las ciudades, los pueblos y los campos, piel al sol, rostro al viento y desenmascarado, buscando los besos y los sentimientos, tanto tiempo negados.
Será entonces, cuando pidamos honra y justicia para nuestros muertos. Podremos ver entonces, si aún vive Montesquieu y la Justicia está a la altura del sufrido pueblo español.
No hay comentarios:
Publicar un comentario