viernes, 4 de agosto de 2017

Viejo España

Los viejos de hoy, nos educamos en una sociedad donde primaba el esfuerzo y la dignficación por el trabajo.

Sólo aprobaba los exámenes quien realmente sabía y lo demostraba. Éramos jovenes recios, con pocos medios, pero cultos y felices.

Aparte de la cualificación académica, nos formaban en valores. Es cierto, que en ocasiones, eran conceptos trasnochados, pero en general, nos enseñaron a respetar y a ser respetables.

Nos inculcaron unas normas básicas de educación, urbanidad y convivencia, que hoy día, se han relajado, diluido u olvidado, lo que a mi juicio, es lamentable.

No nos permitían permanecer apoyados en la pared y mucho menos, hacerlo con los pies.

No nos entrometíamos en las conversaciones de los mayores y por supuesto, nos dirigíamos a ellos y a los desconocidos, sin tutearlos.

Dejábamos pasar a las personas mayores y a las señoras, cediéndoles el asiento llegado el caso. También les recogíamos y les llevábamos los paquetes.

No hablábamos a gritos; no interrumpíamos conversaciones, respetando los turnos de intervención; no reíamos en exceso e injustificadamente, ni decíamos tacos, ni blasfemábamos.

Manteníamos posturas correctas, nuestra presencia física era pulcra, estábamos bien aseados y no hacíamos gestos ordinarios.

Sabíamos el arte del silencio y la discreción; conocíamos las personas por su nombre y no por su apodo y sabíamos cuándo debíamos ausentarnos de una sala.

Sabíamos respetar a los demás porque nos respetábamos a nosotros mismos.

Nos enseñaron pautas de prudencia, moderación y equilibrio. 

Nos inculcaron urbanidad en el seno familiar y en la escuela nos la reforzaron con los libros de urbanidad.

Con los años, he perdido parte de aquellos principios que aprendí por rancios y fuera de ambiente, en los tiempos que corren. Pero conservo los que considero básicos para una buena convivencia.

Nunca podré permanecer sentado mientras alguien me habla de pie o un anciano o una señora no puede sentarse por falta de asiento.

Nunca pasaré delante de personas mayores que yo o de cualquier dama.

Nunca permaneceré con la cabeza cubierta en un local cerrado.

Nunca hablaré con la boca llena, ni haré globos de chicle y menos delante de otras personas.

Hay muchos "nuncas" en mi vida, fruto de una educación firme y austera de mediados del siglo XX y por supuesto, estoy orgullosos de ello.

Estas costumbres diferencian a muchos universitarios de ahora, con importantes conocimientos técnicos, pero en muchos casos, sin saber comportarse, de los que desarrollamos nuestro trabajo sin ordenadores, teléfonos móviles y otros aditamentos de la vida moderna.

Quiénes íbamos a la universidad con chaqueta y corbata; usábamos máquina de escribir y papel de calco y cedíamos el asiento somos los últimos "Viejo España"

















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