miércoles, 30 de marzo de 2016

La paz del abuelo

La medicina ha progresado mucho. Las técnicas de diagnóstico, anestesia y cirugía, han representado un gran paso hacia la calidad de vida y la supervivencia. No solo en estos campos. También ha habido grandes avances en la genética, la microbiología, las vacunaciones, y otras especialidades.Todo  sopla a favor de la Humanidad.

Esta semana, he sufrido una intervención quirúrgica mediante técnica laparoscopica. A las 10 horas, estaba sentado en una butaca; a las 15 horas, me fui a casa; a las 16 horas, disfrute de un arroz con bogavante; a las 39 horas, cometí la imprudencia sin consecuencias, de podar a tijera,  unas ramas de una morera cultivar de mi jardín.

Los avances médicos, me han confiado de tal manera, que casi he perdido el respeto a la importancia de la intervención y a sus posibles consecuencias. Afortunadamente, mi sentido común y mi familia, suponen  el freno necesario en estos casos.

Por primera vez en 5 años, he visto juntos a mis 3 hijos y por primera vez en mi vida, he visto pulular por mi casa, mis 4 nietos  juntos, no teniendo la mayor aún 5 años.

Biberones, ositos de peluche, cochecitos y otros artículos similares, se encuentran estratégicamente situados por toda la casa, haciendo de mi habitual santuario de paz y sosiego, una especie de gincana infantil.

El rincón de la verdad, en el que escribo mis artículos o desde el que veo la televisión, está tomado por la jauría de nietos. Para colmo, no puedo enterarme de las tonterías del día que dicen o hacen los políticos, ni saber dónde han hecho la masacre terrorista del día, ni oír las perlas intelectuales de nuestros pateadores de balón.  La televisión se ha convertido en una caja hipnotizante de niños. Solo se pueden ver Bob esponja, la patrulla canina y otras emisiones infantiles.

Se trata de una semana de bullicio, caos y alegría, en la que la soledad y la nostalgia han cedido el lugar y el tiempo, a amores de hijos y nietos, besos y un apunte de supervivencia.

Y digo esto último, porque debo defender mis heridas quirúrgicas, de jóvenes nietos de actividad frenética y fuerza descontrolada o de la curiosidad de quienes no han visto a su abuelo, con "tantas tiritas" en el cuerpo.

La disyuntiva es la paz o la guerra de abuelo. Lo cierto es que prefiero esta guerra de amores y abrazos, de caos y alegría, de supervivencia y disfrutar de sonrisas, riñas y algún stress.

Quienes hayan tenido la suerte de ser padres y la bendición de ser abuelos, sabrán comprender estos comentarios.

Soy feliz cuando vivo la paz del abuelo, pero aún más, cuando la pierdo por esta noble causa.

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