domingo, 2 de febrero de 2020

Sevilla, mi ciudad invisible

Sevilla es mi primera vida; la de mis primeros pasos; mis cuadernos de ortografía y caligrafía; la de  los sueños adolescentes; la de los primeros besos; la del hombre que emerge a la aventura de la vida.

Sevilla es el sudor del verano; el cielo azul; el vuelo de los vencejos; el color especial; el perfume de las flores; el quejío de la saeta; los bailes de feria; las carretas del Rocío; el baile de los Seises; el esplendor del Corpus o el fervor a la Virgen de los Reyes.

Sevilla es imaginación; alegría; esencia de arte y artesanía; confluencia de culturas que se suceden desde la noche de los tiempos. 

Sevilla es pescaíto frío, bienmesabe; cañaíllas, caracoles y cabrillas; manzanilla, pan de bollo, pestiños, picos y regañás; bares con siglos de historia; quisquillas y andares del jamón.

Sevilla son calles tortuosas que encierran anécdotas y leyendas de un glorioso pasado; son recuerdos de compañeros de vida que ya se fueron.

Sevilla es la de "hierros viejos, lana vieja, cacharros viejos, se compran"; la de "mantillooó pá las macetas", "Antoñito Procesiones", "El Escocés"....

Sevilla es la Catedral, la Giralda, la Torre del Oro, el Alcázar, el barrio de Santa Cruz, el Parque de María Luisa, la plaza de España, la de América, el monumento a Bécquer, la Seta, el Jueves, la calle Sierpes, la Plaza Nueva,...

Sevilla, y lo digo con dolor, es mi ciudad invisible, la que de niño, de adolescente y de hombre me vio; la que tengo en la memoria, piedra a piedra, olor a olor, sabor a sabor, sonidos de antaño que aún resuenan en mi corazón. La misma de siempre, que embruja a quien la vive, pero que ajena a mis sentimientos, no me muestra los rostros que iluminaron mi vida, ya hecha historia sin retorno.

Sevilla está en mi corazón y quien quiera conocerme, comprenderme y amarme, ha de pasear conmigo por las piedras donde sentí la vida.  

Dios escribe derecho con renglones torcidos y puso en mi camino, una mirada azul nacida en el frío del norte. Nuestros ojos, de turquesa y miel, compartieron juntos las emociones de mi pasado.

Ella se enamoró de un entorno, tan lejano como diferente. No conocía el idioma, pero le cautivó el calor y la alegría de los sevillanos. Cosechó sorprendida inesperados besos y sonrisas; portó una capa española sobre sus hombros; oyó sus propios pasos en la plaza de Santa Marta; olió jazmines; gustó de la cerámica trianera y disfrutó de la luz del sur.

Confieso que pagué un peaje por ello, pues en los bares y en las tiendas, me hablaban directamente en inglés, por mor de la compañía, lo que me hizo sentir, si cabe con más fuerza, el sentimiento de la "Ciudad invisible", la de las piedras de siempre, sin los sentimientos del pasado.     

Se sorprendió mi guiri del alma, con las estrechas calles, las cabezas de toro disecadas, los naranjos de las calles, las palmeras bailando en el cielo; la antigua Fábrica de tabacos y la cigarrera que inspiraron la  ópera "Carmen" de Georges Bizet; los coches de caballos, los viejos árboles de un pasado imperial; el Mausoleo de Colón, la Sevilla que se otea desde la Giralda....

... y me dijo que podíamos vivir allí el futuro.  

Las sempiternas bouganvilleas
Palmeras en el cielo
Santuarios del comer, el beber y el vivir


El maravilloso sabor de los andares
Coche de caballos y hotel Alfonso XIII

Monumento a Gustavo Adolfo Bécquer

Árboles centenarios
 




 

Las palomas de la plaza de América
Muestra del barroco 
Cisternas del Alcázar
Mausoleo de Cristóbal Colón







No hay comentarios:

Publicar un comentario