domingo, 28 de marzo de 2021

El baile de las palmeras

Mediterráneo, Altea, reflejos de sol dorado; gaviotas volando poesía en el cielo y barcos escribiendo espuma en el mar.

Banderas al viento, de países europeos; entre ellas, la roja y gualda, madre de muchas otras, surgidas del imperio español.

Colores con historia, de gestas, revoluciones, conquistas y no pocas miserias. Colores por los que se ha muerto y matado, que han dominado pueblos, suplantado culturas y casi siempre, esquilmado recursos ajenos.

Música relajada, paz interior, tañidos de campanas lejanas, en tierra cristiana, de cruz e incienso, de pasiones desatadas, de un pueblo antiguo, de pasado glorioso, forjado con fe y entrega.

Viento, que mece nuestras palmeras. El mismo que las baila más al sur, en tierras musulmanas, donde la llamada de los minaretes substituyen a los campanarios y la media luna a la cruz. Palmeras, en el desierto, entre inmensas dunas y pueblos con túnicas y turbantes o femeninos velos que ensalzan ojos negros, de pasión y fuego.

Danzan las palmeras, ajenas a los credos y razas. Bailan al son del viento, que es libre y no entiende de fronteras. El mismo viento que flamea las banderas, mueve las nubes y se lleva lejos las penas. 

Sopla el viento, mientras, las arrugas que el tiempo escribió en mi rostro, dicen que la felicidad no es una meta, sino un camino con valores personales  


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