lunes, 13 de abril de 2015

Amor de jardin

Merecía un descanso. Tenía acumuladas demasiadas millas de avión e interminables esperas de aeropuerto.

Necesitaba paz emocional, olor a leña y paseos en campo amigo.

Sudé la segadora, podé fuera de tiempo mis frutales y sembré mis futuras plantas de tomate.

Até algunas ramas de frutales ya florecidas,

Mi jardín tomó forma y mis ojos agradecieron el esfuerzo.

Lo miré con pena. Lo había plantado con mis propias manos, 15 años antes. Era una conífera Hopsi de azuladas ramas.

No tuvo suerte. No supe ponerle en el sitio adecuado. Sus ramas inferiores, se habían desnudado, ya no era hermoso y su porte no permitía el desarrollo de otros árboles demasiado cercanos.

Había cometido el error del principiante, por no haber  respetado las distancias de plantación.

Cavé alrededor del tronco y fui descubriendo sus raíces, para arrancarlo de la madre tierra.

Cada palada, era un grito de muerte y lo daba yo, que estoy enamorado de la vida.

Le pedí perdón en mi silencio, pero no cesé en el empeño.

Al quebrar sus raíces, sonó un chasquido, similar al que se siente, cuando te dislocan una muela en su extracción.

Cuando lo separé de su madre, me sentí en pecado. 

Los árboles vecinos, parecían agradecerme la decisión, pero el hueco me recuerda, que allí estaba el árbol que planté y quise.

Miro en el interior de mi hogar. Veo tarimas de elondo, que equivalen a deforestación en zonas tropicales y lamento mi incongruencia ecológica.

Es cierto, mi casa es bonita y mi jardín también. Ambas cosas, me proporcionan placer y bienestar, pero por conseguirlas, no he actuado con coherencia, ni he pensado en generaciones futuras.

Solo egoísmo personal, como el de miles de ciudadanos, que repiten actuaciones que comprometen nuestro planeta.

Sí, amor de jardín y amor de hogar, pero hay cariños que matan.

Cada uno debería preguntarse, cómo podemos cuidar nuestra madre Tierra.

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