lunes, 6 de abril de 2015

El mundo del toro bravo

Mi padre se crió en Tamames de la Sierra, Salamanca, a la sombra de una ganadería brava. No es de extrañar, que él fuera un aficionado a los toros y que supiese torear.

Siendo pequeño, me enseñó a dar los primeros pases; primero a la limón y posteriormente, yo sólo. Al principio, con becerras y más tarde, con vacas.

Mi padre era veterinario, de varias y prestigiosas ganaderías de reses bravas de Sevilla.

Con ocasión de las tientas, se realizaban los tratamientos veterinarios de los animales. Fue así como tuve la oportunidad de curtirme en estas lides, incluidos los habituales revolcones y las consabidas magulladuras.

Tuve ocasión de conocer ganaderos, apoderados, rejoneadores, toreros, novilleros y subalternos. 

Recuerdo a Carlos Corbacho, Emilio Oliva, Diego Puerta, El Algabeño, Antonio y Enrique Ternero, Joaquín Buendía, los hermanos Sampedro y otros más.

Frecuentemente, los ganaderos de reses bravas, tenían también piaras de cerdo ibérico en sus dehesas, por lo que cada tienta, se culminaba con una buena "tienta" del jamón de bellota que ni se ve ni se cata con facilidad. 

Mi pasión creció en la campiña, viendo los toros entre las amapolas del campo, a la sombra de los árboles, disfrutando la vida que luego les quitarían en la plaza.

Vi y participé en muchos festejos que mi padre organizaba. Eran plazas hechas con carros y lo mío era robar un pase entre las pléyade de mozalbetes que arriesgábamos un aterrizaje indeseado.

También vi muchas corridas de toros, especialmente, en Sevilla, una de las catedrales del toreo.

Aprendí que el toreo no era un arte sin riesgo para el torero. Es cierto que es el toro quien pierde siempre, pero las posteriores imágenes, demuestran que no siempre se va de vacío 

En una de las fotos del artículo, aparezco de adolescente con mi padre y el Niño Mañe; en otra puede verse a mi padre toreando, ya mayor y con un cigarrillo en la boca. En una tercera, también en blanco y negro, se me ve derribado en el suelo, a punto de recibir la paliza de una vaca. Afortunadamente a los 20 años, se tienen huesos de goma

Pero mi pasión no era la misma.

Definitivamente, perdí la afición el día que supe de la muerte de un toro. Su madre había muerto en el parto y fue criado con biberón. Yo mismo se lo había dado en el campo y por eso sufrí su muerte.

Le recuerdo como si hubiera sido ayer. La primera vez que le vi, apenas tenía un día. Su primera reacción, fue embestirme, para caerse tras el esfuerzo.

Nunca más quise asistir a una corrida. De hecho, cuando por razones profesionales he debido visitar un matadero, ha sido penoso para mí ver el sacrificio animal.

Me quedo con los recuerdos del toro en libertad. 













  




 





























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