sábado, 15 de agosto de 2015

Villatoro

Paseábamos la libertad por la solitaria carretera. Las negras nubes lloraron poesía y finalmente, quedaron a nuestra espalda. 

Un arco iris coloreó el paisaje, mientras decía que no tenía ideología, pues era de todos y de nadie.

El sol ardió su luz y los pájaros volaron la alegría del momento. 

Las palomas y las chovas, picaban en los segados trigales, mientras, un ave rapaz esperaba el momento de matar, para cazar su energía de vida

Llegamos a Villatoro, cuando la luz migraba a América. Era víspera de la Virgen de agosto, el frío abofeteó nuestras caras. Caprichos del tiempo, tan loco como la sociedad que nos envuelve.

El pueblo duerme acostado en el valle Amblés, en las estribaciones de la sierra de Gredos, mientras besa las escasas aguas del río Adaja. En él se vive a la vieja usanza, con corros de comadres en las aceras. Algunos ancianos, se mueven con los andares del campo, paseando sus canas, sus artritis y sus recuerdos.

Buena gente castellana, de “al pan pan y al vino vino”, liberando frases con eses liquidas y verdades sólidas. Pisan las viejas y gastadas losas de su querido pueblo, mientras piensan en su huerta de verano, los fríos del invierno y los nidos de cigüeñas.

Gente forjada en la dureza del granito, que ha visto pasar mucho mundo, sin salir del terruño y vive en refranes, tamizados por la historia. Recuerdos de guerra, penurias de posguerra, solidaridad de pueblo viejo, del que emigran quienes necesitan trabajo o no saben nadar en las aguas de la convivencia.

Pueblo alegre, pueblo viejo, paraíso de nonagenarios, que esperan a sus nietos, les transmiten la historia y son testigos del lejano pretérito imperfecto

Tierra de los Barriguilas, músicos populares, que tiñen el aire de alegría con sus dulzainas, sacando a los vecinos, a paso de romería. 

Tierra de cigüeñas, que persiguen las labores del terruño, arrancan pequeñas vidas de sus entrañas y construyen grandes nidales en la espadaña de la iglesia.

Casa Consistorial, con su reloj en fachada, cantando las horas y las medias, marcando el tiempo de sus gentes, uniendo los corazones desvelados, en el dormitar de la noche.

Tiras de banderas españolas, dando color a la fiesta del verano, mientras se encadenan palabras de homenaje a Machado, Antonio. Poeta desaparecido del mundo como el alcalde del pueblo, caído recientemente, súbitamente, desgarradamente, porque su gran corazón, ya no quería bailar más, al ritmo de la vida.

Vieja iglesia, que casó a la hermana de Santa Teresa, confesó los pecados de generaciones, bautizó infantes, unió sentimientos, rezó temores, elevo plegarias, tañó campanas de miedo, alegrías y llamadas de oración. 

Viejas paredes que soportaron juveniles pelotazos de frontón, tiernas miradas que llamaban “a lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”, como las de mis propios suegros y también, a tristes despedidas de quienes son llevados a su descanso final.

15 de agosto, Asunción de la Virgen, el sentimiento de un pueblo, el feliz reencuentro de los nietos que vuelven a sus raíces y a sus arrugados abuelos.

Las golondrinas dibujan sus vuelos en el aire con tinta invisible, los niños alegran las aceras con sus gritos y carreras, aún ajenos entre ellos, de quienes serán su pareja de vida, para caminar juntos por la historia del futuro.

Desayunos francos, en fusión de sabores; de panes de Castilla, con oro verde andaluz, azúcar de goloso, rosquillas de anís, zumo de vaca y claudias ciruelas de gusto intenso.

Son también mis recuerdos de familia de sangre, porque Fontiveros, Peñaranda, Tamames y Mancera de Abajo, son tierras hermanas no tan lejanas. Allí también crujen panes de buen trigo, hacen hornazos y usan anises.

Y el tío Pepeluis, el pródigo que vuelve cada año a Villatoro. Hijo de lejanos recuerdos invisibles. Cazador de evocaciones, de personajes perdidos para la vida, que le atan al amor del pasado, de sus tíos, sus padres, su hermana y de sus amigos ya emigrados al paraíso eterno.

Cada encuentro de acera, es ocasión de pregunta por antepasados, de comunes chanzas y anécdotas, de personajes invisibles, que son el alma y la identidad de un pueblo noble, castellano, de valores forjados en el tiempo, mientras asume la modernidad del siglo XXI.

Las negras vacas avileñas, aun ramonean los altos pastos comunales, expuestas a los lobos de la sierra, aunque ya no pisan tanta albura de nieve de los duros inviernos huidos por el calentamiento del Planeta.

Quedan muy lejos los cantos de la trilla, los pasos en abarcas, los cincelados en granito, y los vaciados de troncos de nogal. Las viejas tradiciones son recuerdos de identidad de un tiempo pasado

Es agosto 15 del 2015. Es Villatoro. Es tierra de ancestros de mi mujer, de mis hijos y de mis nietos. 

Carezco del privilegio de la sangre directa de este pueblo, pero cada año, soy testigo en el, de la amistad de Gabriel y Pepeluis, al amor de la querencia y al sabor del torrezno.






























































































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