sábado, 19 de septiembre de 2015

Intemporales


Es frecuente, que cortemos el largo invierno, con una estancia en un país tropical.

Son ventajas de la tecnología y del fenómeno de la globalización.

Hace 42 años, inicié un largo viaje a Nouadhibou, Mauritania, donde fijé mi residencia por motivos de trabajo.

Viajar tan lejos, en aquélla época, era una aventura casi épica, ajena a los actuales medios de transporte y de comunicación.

Hoy, se organizan desplazamientos masivos a mayores distancias, prácticamente, al alcance de un gran segmento de la población.

Nuestro verano del 15 tiene sus días contados. 

Los árboles están quietos contra el horizonte, pero en cualquier momento, bailarán al son del viento, que les arrancará los oros y las sangres de sus hojas ya casi otoñales.

Los frescos amaneceres, preludian el cambio otoñal.

Algunos animales de nuestros caduciformes bosques, se preparan para la hibernación.

Mientras, nosotros, hacemos acopio de leña o revisamos el nivel del gasoil de nuestra calefacción.

Es el ciclo normal de vida en nuestro entorno:

Primavera, flores; verano, calor; otoño, viento; invierno, frío.

Una maravillosa alternancia climatológica, que nos permite disfrutar la vida de una forma variada y no, como en otras latitudes, anclados en temporada seca y temporada de lluvias.

Pero los largos viajes actuales, nos están cambiando los ciclos biológicos.

A los consabidos adelantos y atrasos horarios, para el ahorro energético, debemos añadir los cambios súbitos de estaciones y los efectos del jetlag.

Los "alcances" de lejanas tierras, remueven incluso las relaciones familiares.

Hace un par de años, mientras permanecía en África, un hijo residía en América, otro había viajado a Asia y el "más tranquilo", permanecía en Europa.

Hubo un tiempo, que incluso pude tener un hijo trabajando en el Estado de Washington, junto a Canadá y otro en Chile, lo que me provocaba la lógica desazón paterna.

Aún recuerdo, la celebración de una Nochebuena "tecnológica". Presidía la mesa un ordenador portátil y gracias a Skipe, pudimos compartir el ágape con nuestro hijo de Nueva York y su familia: ellos comieron y nosotros cenamos.

Pronto viajaré a Estados Unidos debiendo retrasar 5 horas el reloj. 

Días más tarde, volveré a casa, para recuperar nuevamente la hora habitual.

Una semana más tarde, cuando llegue a tierras de koalas y canguros, deberé adelantar el reloj 10 horas más. 

Pasadas varias semanas, retornaré a España,para atrasar 10 horas y prácticamente, sin tiempo de recuperación volaré a Perú con un nuevo atraso horario.

Mi idea es celebrar las Navidades con la familia en España.

La cuestión es, cómo soportaré tantas horas de avión, tantos cambios horarios,  y tantos cambios de estaciones, en una especie de yenka de los tiempos.

Porque si todo transcurre según lo previsto, en 70 días:

Saldré de España en otoño, estaré en Nueva York en otoño, volveré a España en otoño, estaré en Australia en primavera, volveré a España en invierno, llegaré a Perú en verano y regresaré a España en invierno.

Todo esto, debiendo comprar ropa de verano en el invierno español o acompasar las fechas de vacaciones de Navidad en España, con las vacaciones de verano de mi "contraparte" en Perú.

Y no sigo contando el 16 del XXI

El adjetivo intemporal, significa que está fuera del tiempo o lo trasciende. Podría ser por ejemplo, la 5ª de Beethoven, que perduró tras la muerte de su autor.

Tal vez, habría que contemplar una nueva interpretación del concepto, teniendo en cuenta lo ya comentado















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