sábado, 5 de noviembre de 2016

En la bruma

Las doradas hojas del tulipero de Virginia abandonan las ramas para colorear la tierra. Algo más allá, otro árbol se desnuda en el frío cubriendo el césped de hojas color tabaco.
Poco a poco, hemos pasado del verano al veroño hasta llegar al otoño hermoso en su color, su desazón y su nostalgia.
Todavía cabecean en el estanque grandes renacuajos que no conoceran el privilegio de saltar impulsados por ancas que nunca tendrán. Cometieron el pecado de nacer tarde, se salvaron de las letales larvas de libélulas y pronto entregarán su vida al frío que ha viajado desde el Artico.
Algunos insectos intentan refugiarse dentro de casa,  pero son escasos los que lo consiguen. Es tiempo de lecciones de chicharras y hormigas, de vagas cantarinas que mueren en el frío como cuenta la fábula.
La espesa niebla esconde las femeninas lomas que dibujan el horizonte de mi casa, donde mido con la vista el punto de amanecer de los días crecientes o menguantes.
Las semidesnudas ramas parecen hincar su madera en el cielo y el cuerpo, pide protección de hogar, recogimiento y olor a leña.
Las telas de araña se empapan de rocío, pareciendo complicados collares de perlas de agua. Las aves se bañan en el estanque y me agradecen el grano que las alimenta
Ya jubilado y funcionario cesante, pienso que fui canario enjaulado, con puerta abierta, negándome a volar por miedo a la libertad. Me tomé su tiempo, por miedo al tedio, el abandono y a incertidumbre.
Poco a poco, desentumecí mis alas y las abrí al viento de la vida. Y volé alto y lejos, por los cinco continentes, pero sobretodo, sentí el ozono en los pulmones, el frío en la cara y el riesgo de seguir mi destino.
Y hete aquí, que dejo mis ojos en la luminosidad de un ordenador, trabajando para un pueblo que dibuja la media luna en el firmamento  y llama a la oración desde sus minaretes.
Mi horizonte cercano está en las inmensas llanuras salvajes del Serengueti. El de invierno, tal vez huela a té a la menta con los pies en el desierto o a te con jazmines del delicado Oriente.
Reposo, bostezo, me estiro y me recojo. Mi cuerpo me pide la noche para dormirla en el amor de las sábanas. Mi alma serena, vive la madrugada, en la obscura intimidad y decido dormirme abandonándome a la felicidad

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