miércoles, 16 de noviembre de 2016

Lágrimas de pasión

Sé llorar y lo he hecho muchas veces, aunque no siempre por pena. Como hombre, casi siempre derramo las lágrimas en la oscuridad y el silencio, aunque no debiera avergonzarme por tener buenos sentimientos.

En la vida, he llorado de desesperación, rabia, pena, felicidad, amargura, amor y ternura. En definitiva, por una amplia panoplia de emociones humanas, de las que estoy muy orgulloso de sentir.

Algunos dirán que soy un sentimental, un blandengue y algún que otro calificativo nada sugerente, pero solo soy un ser humano con sentimientos, capaz de emocionarse con la belleza, el amor, la tragedia, el temor, la esperanza y los sueños de la vida.

Lloro perlas saladas que resbalan por mi cara y seco a veces con las encallecidas manos del vivir.

Lloro y disfruto a veces haciéndolo, pues elimino angustias húmedas de mi ser o expreso espontánea e inevitablemente, el sentimiento por un ser amado o tal vez, por el sufrimiento ajeno, la inocencia de un niño o la mirada de un viejo, que recorrida su vida, muestra las arrugas de sus vivencias.

Lloro y me congratulo de ser un "carne y hueso", ajeno a la frialdad de una máquina o a la semblanza del témpano, ajeno a las emociones de la gente corriente.

Lloro al ver un hambriento, un parias de la tierra, un espalda mojada o quemada, un saltador de muros de vergüenza, dejando su rastro de sangre y sufrimiento.

Lloro ante víctimas del terrorismo, las vidas truncadas por el destino, el hambre y la sed de los desheredados y a veces, lloro también por no tener valor para responder a las llamadas de mi consciencia, desoyendo el dolor ajeno y las consecuencias de la palabra solidaridad.

Lloro cuando sufre un niño o me desarma con su mirada. Lloro cuando siento la caricia de un ser amado. Lloro, pero no siempre hacia fuera, sino hacia adentro, sin lágrimas, pero con sentimientos escondidos, aunque no ausentes.

Solo soy un hombre viejo que intenta compensar a la vida, todo lo que ella me dio. Solo soy un cansado soñador, que quiere demostrar, en el último tramo de su vida, que sin amor, ternura y pasión, el camino no habría merecido la pena.

Joven, lee en los sentimientos de los viejos. Aprende de nosotros la experiencia de la vida. Repite nuestras historias, con otros tiempos.

Surca tus propias aguas; pisa tus propios caminos; tropieza y aprende por ti mismo y cuando finalmente, quiera Dios que llegues a viejo, ojalá tengas la capacidad de reír y llorar; de emocionarte por la vida y sentirte simplemente, un ser en el fugaz paso por la gran aventura humana

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