jueves, 16 de marzo de 2017

Camboya 5. Siem Reap de noche

Tenía la ropa manchada por mis desplazamientos en tuk tuks, furgonetas, embarcaciones, búfalos y elefantes; estaba empapada por el sudor de las montañas de Sapa, por el miedo a las motos y la subida entre piedras por escaleras imposibles.

Me duché y me puse una camisa camboyana de algodón. Me reuní con Ana y Álvaro y nos fuimos a vivir la noche de Siem Reap.

La vida inundó nuestros sentidos con luces, colores, ruido, música, multitdes y tiendas; muchas tiendas, dispuestas a tentar nuestro lado consumista y nuestros bolsillos.

Mordí los labios para no comprar un diente de elefante por 10 dólares y me empleé a fondo en una tienda de sedas, poniendo colores a mis seres queridos, mientras imaginaba sus sonrisas a mi vuelta; 
Voleak Keo, una encantadora joven de 25 añitos, me mostró su sonrisa, su amabilidad y sus sedas. Había para perder el gusto y dediqué un buen rato a seleccionar los regalos.
 Se respiraba vida y alegría, poniendo contrapunto a la tristeza de las piedras negras
 


 Se daban masajes de pie a buen precio y a la vista del público.   


       Había muchas ofertas de Fish Spa, por la que los peces se comían los callos de valientes clientes





 Álvaro y Ana miraban curiosos y divertidos
La oferta culinaria era enorme: carne, vegetales, cucarachas, grillos, gusanos de seda, escorpiones, tarántulas, serpientes, ranas, todo era posible.





Esta fruta es un durión. Repugna porque apesta a agua de alcantarilla, pero en el Sudeste asiático es muy apreciada por su dulce y delicioso sabor.     
    No son nísperos
Tras valorar la suculenta y variada oferta gastronómica de la calle, decidimos comprar leche, galletas y frutas y nos dimos un homenaje en la habitación del hotel.











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