miércoles, 8 de marzo de 2017

Vietnam 1. El sueño de Oriente

Lo decía en mi anterior artículo. Tenía un sueño y lo he cumplido. La felicidad también consiste en soñar más que en el hecho de hacer un sueño realidad.

Pero cumplir este sueño, no ha roto su encanto. Antes al contrario, me he sentido como un bebé al que en el destete le ofrecen los sabores de sus nuevos alimentos, para incorporarse, paulatinamente a la vida.

Pisar Vietnam y Camboya, no ha sido más que abrir una ventana que me ha permitido ver un continente hasta ahora vedado para mi. No; no ha sido un sueño roto por la realidad, sino la emoción del primer beso, que te pide más, hasta fundirte con otra silueta en una sinfonía de amor.

Africanista de pro, con muchos años de vida en África, solo tenía ojos para este inmenso continente, de pieles negras, dientes blancos, sonrisas grandes y sudores de tragedia.

Estaba enamorado y aún lo estoy, de sus variados paisajes de desierto, sabana y selva, con la gran fauna como protagonista de un paisaje de vida y muerte.

Un África que tuvo la suerte y la desgracia, de ser colonizada por el hombre blanco, que tanto la esquilmó y humilló, dividiendo etnias, religiones y culturas, con fronteras artificiales que tanto odio, sangre y muerte han producido.

Y ahora, Asia, el continente de los colores y los perfumes, de civilizaciones milenarias, a veces sojuzgadas por el colonialismo, con la cruz como excusa, la espada como argumento y el saco lleno como recompensa, me ha abierto sus brazos y su paisaje para enamorarme con su mágico encanto, su misterio y su espiritualidad.

Gente noble y amable, que regó su tierra con su sangre en pro de su libertad e identidad, que gracias a su filosofía, fundamentalmente budista, ofrece ahora paz y perdón a sus enemigos de antaño y se afana en escalar la cima del desarrollo y la libertad.

Viajero solitario, a causa de mis extraños destinos, esta vez, he tenido el privilegio de compartir mi sueño con Álvaro y Ana, matrimonio, ambos antiguos compañeros de trabajo y ahora más amigos que en tiempos de colegas en el hermoso afán de servir a los demás, promoviendo la salud pública.

Álvaro, médico de profesión y capitán de yate como afición; Ana, enfermera de vocación y una especie de madre sanitaria de todos los niños de Cantabria, a los que ha inmunizado con sus vacunas durante décadas, y yo, Miguel, viejo soñador, lo suficientemente loco o inconsciente, para intentar realizar lo que la prudencia solo aconseja dejar en el limbo de lo onírico.

Sabía que no me equivocaba. Con prudencia, constancia, fe en mi sueño y la determinación de llevarlo a cabo, he disfrutado las mieles del exotismo y la aventura, con dos excepcionales compañeros de viaje.

Han sido como mi familia. Juntos hemos sudado bajo el tórrido calor de los caminos de montaña, de las empinadas escaleras de los templos construidos hacia el cielo y reído de intranquilidad montando en animales extraños para nosotros.

He vuelto, pero si mi corazón sigue latiendo y mis piernas respondiendo, volveré pronto. Japón, India, China, Mongolia, las antiguas repúblicas socialistas de las inmensas llanuras asiáticas, Tailandia, Malasia, son nuevos paisajes que tiran de mí, como el viento absorbe los aviones hacia el cielo de la aventura y la emoción.

Las tierras del celeste imperio; de antiguos samurais y geishas; del volcan Fuji, cortando imponente el horizonte; de los cerezos en flor y rojos otoñales de sus paisajes, piden a gritos en silencio, mi visita con mochila a la espalda. Tal vez, no tarde mucho en ir, si tengo compañeros que compartan el mismo sueño.

Para otro año, el transmongoliano unido al transiberiano, es un nuevo sueño de este empedernido viajero que tras semanas de descanso, parece sentir el baile de San Vito y pedir mochila y caminos inciertos, sufridos y hermosos.  

Mala cosa, sentirme como un coche sin freno. Un grupo de adictos al paisaje, me incita a volar los cielos del mundo, sin ancla, tan sólo a donde nos lleve el viento de la vida, aunque eso sí, con suficientes raíces, para volver a la querencia, a la familia, al hogar, al rincón de la verdad, a la almohada de mis sueños y a mi seguridad.

Me pasa como a los caballos, que potentes y alimentados, galopan lejos pletóricos de energía, en busca de hierbas lejanas; pero cuando ya están cansados del paisaje y tienen el cuerpo sudado de espuma, no hay bocado que frene sus ansias de galopar a la cuadra y comer la cebada de su pesebre. No hay rienda que les sujete, cuando sus belfos huelen las claras aguas de su abrevadero y sus orejas oyen el relincho de sus ecuestres compañeros.

El sueño de Indochina se ha cumplido. Quedan recuerdos y miles de fotos, que deberé seleccionar, comentar y revivir. Ardua tarea de varios días.




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