sábado, 25 de marzo de 2017

Ojo avizor

El pointer se puso de muestra y marcó la pieza. El cazador apuntó al matorral presto al disparo. Varias perdices jóvenes obedecían su instinto de supervivencia y  permanecían pegadas al terreno.

Una de ellas voló presa del miedo. Sonó un disparo de muerte y se precipitó al suelo.

Sus hermanas aprendieron una lección que sería muy útil en sus vidas en libertad.

En cierto modo, yo, como las perdices, recibí de mis mayores, mis propias lecciones de seguridad y supervivencia. Más tarde, fui formándome en muchos ámbitos: seguridad social, de higiene y seguridad del trabajo, ciudadana, alimentaria, circulación vial,  etc. hasta ser un compendio de precavido aventurero en los caminos de la vida.

La cuestión era conquistar la colina de la senectud, con calidad de vida; es decir, envejecer con éxito.

De igual modo que me enseñaron las normas básicas de educación y convivencia y me prepararon para ganarme la vida, y me inculcaron las de seguridad personal para conservarla.

No fue tarea fácil, pues mi inquieto carácter, hoy diriase que era un niño hiperactivo, hizo emplearse a fondo a mi ángel de la guarda.

Pero si la gota constante horada la roca, los reiterados consejos paternos, terminaron por permear mis meninges inculcándome prudencia.

"Por prudente y gallina se muere menos"; "Antes morir que perder la vida"; " Ten cuidado con..., y así sucesivamente, súper protegiéndome, impidiéndome madurar al sol, al viento y los obstáculos del camino.

Criado entre algodones, tardé un tiempo en vivir en libertad asumiendo la responsabilidad de mis propias decisiones. Pero a los 23 años, me fui a estudiar a Francia, luego a trabajar a Mauritania y finalmente, a asumir muy precozmente importantes responsabilidades profesionales.

Fue así como me curtí y modelé mi carácter, hasta ser el producto de mis propias opciones. Puedo decir, que subí por el árbol de la vida, escogí una rama en la primera bifurcación y repetí la operación numerosas veces.

A menudo, consciente de haberme equivocado, retrocedía y derivaba por otro lado, hasta llegar finalmente a la fina rama de mi madurez. Es así, como determiné yo mismo mi propia posición en el árbol de mi sociedad.

Mecido por el viento, calentado por el sol, plateado por la luna, mojado por las nubes y aterido por la escarcha, miro atrás para sentir lo mejor de mi memoria selectiva; veo mi presente en el espejo, en mis manos y en mis íntimos pensamientos y sueño el futuro que se me antoja insuficiente pero hermoso.

Aún conservo la capacidad de amar, de mirar lejos, de emocionarme como un niño y de sentir curiosidad por un mundo aún diverso y apasionante.

Pero hay muchos riesgos que vadear. Si aprendí a pegarme al terreno como la joven perdiz, debo aprender continuamente los riesgos de vivir en libertad, en caminos desconocidos entre gente que mal pudiera tener aviesas intenciones, determinadas por el vicio, la ambición, el fanatismo o simplemente, por prejuicios de comunidades y etnias ancestrales.

"Cruza la calle por el sitio más corto"; " ten cuidado con el fuego", "nunca te pongas detrás de un caballo" " no te interpongas entre un animal y su cría";  " prevé y anticipate a riesgos provocados por otros"...,

Aquellos cientos de consejos, me han llevado al éxito de la madurez y en la actualidad, son un tesoro personal para cruzar fronteras de riesgo, sumergirme en culturas extrañas, adentrarme en la selva de los sentimientos, atravesar sabanas de sangre y muerte, pisar desiertos de sal, azufre y arena, vadear ríos, subir colinas de matorral y coronar cimas de blancos inviernos.

Cuando las piernas ya no responden como antes. el corazón bombea la sangre cansinamente y el respirar se acelera, debo retener mis sueños desbocados, medir con más prudencia las metas y las distancias, para pastar en los dulces prados de la senectud.

En definitiva, ser feliz mientras dure y siempre, ojo avizor.

















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