sábado, 6 de febrero de 2016

Argelia 2. Saltamontes de mar

Amanecer luminoso. Abrazo de colega de Misión. Mañana de trabajo. Proyectos de viajes para el laboro. Es hora de contribuir al bienestar de un pueblo, con la larga experiencia de una vida profesional, cuando ya en mi país, considera la burocracia que está amortizada.

Caminos polvorientos; grupos de hombres con negras barbas semanales; bandadas de jóvenes, con sienes rapadas y espíritu gregario. Viejas mujeres en ropa tradicional, de ocres colores las más; de negro las que ocultan su rostro, junto maridos de larga barba sin bigote, de creencia adivinable. Se ven niñas, pero apenas asoman las jóvenes.

Mucho chino de tez oscura y pobres ternos. Albañiles que levantan edificios. Ciudad con algunas casas coloniales de invasión gala y muchas de halo comunista y escasa alegría.

Costa hermosa, ayuna de complejos urbanísticos, faros del turismo que no llega.

Pueblo berebere en el norte, orgulloso por ser dueño de su destino, tras largos tiempos de foránea dominancia.

Parque móvil bastante nuevo; situación relevante en África. Matrículas imposibles de recuerdo, con 11 cifras sin letras.

Amalgama de casas, sin planificación aparente, recordando lugares de mi propio país, de sangre compartida.

Restaurante del puerto, con magnificas cigalas. Recuerdo eufemismo de apelar gambas de matorral a los saltamontes y las llamo jocosamente, saltamontes marinos. Sabores auténticos, ajenos a la química y a los platos modernos,que parecen acuarelas para comer y quedas silbando.

Veo un hotel y asomo la nariz curiosa. Restaurante sin ventanas, con rosquillas de neón rosas y azules; con la televisión como luz principal. Convengo que mi hotel es mas adecuado a mi forma de ser.

Disfruto de la serenidad de mi habitación y de los sonidos de la vida, incluido un perro, empeñado en ladrar como un perro, persistente y castigador.

Una tremenda explosión altera el momento. Le siguen otras seis, a intervalos regulares y descarto malas noticias. El perro ha enmudecido, cuando suenan otras detonaciones. El silencio es total. El sol se ha ido a hacer las Américas, la noche inunda las calles y algunas luces caseras, indican que la vida es ya en familia.

Mi estómago debe adaptarse al "horario país". Son las 20 horas, pueden cerrar los restaurantes y termino la crónica mientras, el muecín llama a la oración.



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