lunes, 8 de febrero de 2016

Argelia 3. Sabana negra

Corbata en cuello, como los viejos tiempos de funcioneta. Paso ligero, pero ojo avizor a la orografía de las aceras.

Por algún motivo, alguien puso un cartel de bienvenida a la ciudad a media altura, cubriendo toda la acera.

Paso un puente sobre un polvoriento cauce torrencial y llego a la oficina de la empresa. Al presentarme a la secretaria, tiendo la mano en saludo y me hace un vadee retro, quedándome a brazo colgado, sin roce de piel.

Al parecer, no podía tocarme porque era hombre, o al menos eso entendí en mi desconcierto.

Es muy amable. Atiende mis peticiones con diligencia, pero ni un ligero roce al entregarme los documentos.

Pasea por la oficina bajo un velo negro y un vestido negro. Sus calcetines son también negros.

Veo por la calle, otras damas de negro. Son como el fantasma de un castillo escocés, como una sabana movíente, pero de negro.

A pesar de mis años de experiencia, no dejo de asombrarme con este paisaje humano, que no me turba, pero me intriga y subyuga, desde la curiosidad y el respeto de un hombre de otro mundo.

Superado el momento, me acostumbro a su deambular y las observo a ratos, en miradas furtivas, casi de ternura y afecto, como seres humanos, que viven sus creencias con su coherencia.

Recordé entonces mi infancia, de mujeres de negro, en los blancos pueblos de Andalucía, con aires del XIX y geranios en la cancela.

Ya en la cena, animo mi estómago con un filete. El primer día, pedí un "entrecote de ternera", que más pareció un "entrenervios de vaca vieja".

Mis dientes rebotaban sin poder hincarse en él. Pensé que debieron matar la ternera, siendo ya abuela y que le habría venido bien un lexatin para calmarla los nervios..

Pero el filete ha estado mejor y más hermoso, como el ambiente del comedor del hotel. Por algún misterio, era el único hombre. Estaba rodeado de mujeres jóvenes, empañueladas, con cutis finos exentos de maquillaje, que hablaban dulcemente, melódicamente, susurrando un árabe casi misterioso, que me transportó a las memorias de un harén, en la Alambra de Granada.

Al verlas todas con velo, me sentía como aquél cura párroco que visitaba el convento de monjas, para confesarlas y comer la paella de los jueves.

Tenía prisa, pero quedé un rato más, mirándolas como un gato desdentado en una pescadería.

Pensé entonces, el logro de las argelinas, pues la Constitución del país, las permite vetar el casamiento de sus respectivos maridos con la segunda mujer, o la tercera y hasta la cuarta.

Un éxito que no ocurre aún en Senegal, donde los celos de cama (deben tener rotaciones equilibradas de gimnasia amatoria) y los favoritismos entre los hijos de unas o de otras, pueden llevar a agresiones con vitriolo de consecuencias desgraciadas.

Huí del restaurante, para no ceder a la tentación de hacer alguna foto para el blog, pues podría salir más pelado de allí, que el "gallo de Morón"

Mientras subía a mi habitación, me pregunté de donde  pueden salir 4 mujeres para cada hombre, pues no me salen las cuentas.

Ya cantó el gallo. Ya rezó el muecín. El cielo aún vive la noche, pero me levanto, a preparar el afán de mi día en tierra extraña..







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