lunes, 22 de febrero de 2016

Argelia 7. Atrapa un croissant

Mi vida en Argelia, transcurre entre pescadores, pescaderos, empresarios, armadores, funcionarios, políticos, expertos internacionales, policías y militares.

Ya he recorrido la zona este del país, casi besando la frontera tunecina y ahora me encuentro a escasos kilómetros de la frontera de Marruecos.

Recuerdo que hace 40 calendarios, paseaba mi juventud por esta zona, camino del desierto, proveniente de Melilla, no muy lejana, con mi amigo Manolo Soria.

Hoy he llegado aquí en otras circunstancias. En coche oficial, escoltado entre dos vehículos de militares, con sus uniformes, sus botas altas, sus sirenas y sus luces azules. Cada vez que llego a mi destino, me espera una reunión de 10 o 15 personas, un vaso de agua o un té a la menta y dátiles.

Debo dar la mano efusivamente y termino cada saludo, con mi manos derecha a la altura del corazón. A veces, algún varón me da dos besos en cada mejilla y otras, me quedo con la mano extendida, porque alguna dama, se niega a darme la mano. Son pocos casos, ligados a costumbres religiosas, que respeto, pero que me dan incertidumbre.

Me gusta ver las mujeres con sus diferentes ropajes y forma de envelarse. Reconozco lo que puede significar de falta de libertad a los ojos de un occidental, pero no deja de tener un gran exotismo.

Verlas con un velo rodeando su cabeza con la cara al aire, o con una especie de pañuelo bordado tapando la cara a partir de los ojos, o totalmente de negro con la cara descubierta, o damas mzabitas, mostrando un solo ojo a la vista y como no, las totalmente cubiertas, con una simple rejilla en los ojos, me causa curiosidad.

Soy muy respetuoso con todo el mundo, pero especialmente, con las mujeres que más se tapan y no me corresponde a mí, juzgar otras formas de vida.

Un policía un tanto tieso y serio, me interrumpió una visita a una lonja, cuando estaba departiendo con las autoridades locales. Me pidió el pasaporte y marchó con él, para mí intrigada preocupación.
Media hora más tarde, me devolvió el pasaporte indicándome que no era bueno nacer en Madrid.

Luego me confesó que era del Barsa y aproveché la ocasión para charlar un buen rato con él, aprendiendo bastantes cosas y comprendiendo su forma de pensar.

Sorprende saber cómo viven España, hablan en español, hacen negocios con españoles e incluso oyen la radio española. Esta zona occidental, es próxima a mi país en muchas cosas y desde luego, no tienen respecto a nosotros, el amor u odio hacia la antigua potencia colonial.

Paso muchas horas redactando informes, planificando actuaciones y programas docentes. Estoy ajeno a la brisa del mar en su versión lúdica y difícilmente, disfruto de la amarga espuma de una cerveza.

Pero esta tarde, el italiano, la francesa y yo, hemos ido, acompañados por un miembro de seguridad, a un antro con luces rosas, música fuerte, ambiente obscuro y nos hemos dado sendos homenaje de cerveza.

Como contrapartida, hemos visto algunas damas de vida y carnes muy liberadas, pero mis ojos estaban más interesados en un partido de polo, jugado con camellos, en Mongolia, que emitían por televisión.

De vuelta al hotel, me bebí una harira, me tome unos huevos con mahonesa y me relamí con un té a la menta, que me supo a gloria.

Hace muchos años, oí llamar a un croissant, Cura Sanz. Hace menos tiempo, disfrutaba de la compañía de mi suegra, cada cual con su croissant con mermelada.

Aquí, en Argelia, disfrutar de un croissant, ha llegado a contrariarme. Desde dos semanas, allá donde esté, no me libro de desayunar un croissant y francamente, desayunar con aburrimiento, me ha convertido en un superviviente.

Esta mañana, sin embargo, el buffet del hotel estaba vacío y atrapar un croissant, fue una fiesta y una salvación.

Esta noche hay luna  llena, pero ilumina poco la noche. El cielo asoma en su faz, un rictus de arena del desierto. Las olas resuenan con fuerza durmiendo mis sentidos y ya casi en sueño, me pregunto si mañana podré atrapar un croissant en el desayuno.


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