domingo, 12 de febrero de 2017

Turismo basura

Hace años, cuando los vuelos de avión eran caros, los pasajeros se seleccionaban casi por su poderío económico. Eran tiempos de viajeros con maletas de cuero y mantas de viaje. Bien es verdad, que nunca faltaba algún macarra o un botarate con dinero presto a dar la nota desagradable.

Pero el transporte aéreo se ha generalizado al caer los precios hasta límites jamás pensados. Actualmente, cientos de millones de pasajeros vuelan cada año a recónditos y lejanos países otrora vedados a la ciudadanía.

Viajar es maravilloso, siempre que se haga adecuadamente. Es hermoso, instructivo y divertido acceder a otros paisajes, razas, ambientes y culturas. Se aprende mucho; sirve para afianzar los valores de una sociedad y para cuestionar verdades absolutas que nunca debimos creer.

Viajar quita el velo de la ignorancia, sorprende, satisface curiosidades y emociona cuando nos vemos en otros mundos. Viajar, enseña muchas veces más que los libros.

Pero esta afirmación no es tan simple ni categórica.

Muchos estudiantes, han pasado por la universidad pero la universidad no ha pasado por ellos. Se han limitado a estudiar apuntes, muchas veces prestados, olvidándose de que universidad viene de universal y de que la ciencia es una con muchas disciplinas que no son antagónicas, sino complementarias.

Muchos de nuestros estudiantes, han aprendido de memoria los conceptos técnicos, pero no han aprendido a aprender por sí solos, ni a poner en práctica lo aprendido. Ni tan siquiera a saber estar o ser una buena persona, aplicando loa ciencia aprendida. En gran parte, saben bastante de algo, pero son unos analfabetos funcionales en el resto de las disciplinas de la vida.

Con los turistas pasa parecido. Muchos pasan por el mundo, pero el mundo no pasa por ellos. Viajar hoy es fácil. Los billetes de bajo coste, están al alcance de casi toda la población. Pero si antes, era negativo que solo los ricos tuvieran la posibilidad de hacer grandes viajes, hoy también lo es que gente sin educación ni modales, lleve la estupidez allende las fronteras de su país de origen.

El turismo es una industria altamente contaminante. No me refiero ahora a los gases que liberan los aviones, ni a los grandes movimientos de población que llevan y traen especies invasoras del medio ambiente o enfermedades acantonadas en un recóndito lugar.

Me refiero a la contaminación ideológica, que pervierte sociedades vivían ajenas a la sociedad moderna, o a actitudes de turistas que viajan con sentimientos de superioridad a países en vías de desarrollo o al turismo sexual, corrompiendo impunemente por la fuerza del dinero.

Hacer alarde de poderío económico en un país pobre, regatear excesivamente a gente realmente necesitada, despreciar a quien se presume menos culto o dar espectáculos lamentables, por libertinaje sexual, malos modos, abuso del alcohol, uso de drogas, ..., es típico de un turista basura.

Durante mi vida en África, me topé con muchos ejemplares raros de la fauna humana: huidos de la justicia, locos, oportunistas, degenerados, traficantes, buscadores de fortuna y marginados. En algunos casos, eran subproductos del extinguido colonialismo; gente que no supo volver a su metrópoli cuando los países dominados recuperaron su libertad.

En los tiempos actuales, es más fácil encontrar turistas basura que son soportados a duras penas en los países de destino a cambio de unas necesarias divisas. Este fenómeno, no es exclusivo de los turistas españoles.

En nuestro país, también soportamos turismo basura organizado. No me refiero al turismo mochilero, que recorre paisajes con botas y juventud, sino el de viajes chárter de borracheras colectivas, saltos de balcones, destrozos de inmuebles o peleas de violentos aficionados de fútbol.

El turista basura es una vergüenza para cualquier país, tanto el de procedencia como el de destino. Llevan al horizonte una pésima imagen y humillan la dignidad del que los recibe.

















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