jueves, 26 de febrero de 2015

La Reunión. Capítulo 7. Tributo de sangre


El calor es agobiante y la humedad acentúa el efecto. La mejor hora para trabajar, es al amanecer y al atardecer, justo cuando los mosquitos se disponen a picar. Cremas repelentes, cremas anti alérgicas, insecticidas, chaqueta mosquitera,... toda  la parafernalia es inútil. Finalmente, la piel es masacrada sin piedad, por los omnipresentes mosquitos.

Mis piernas y mi brazos, están acribillados. Ni siquiera la mosquitera de la cama, es un refugio seguro, pues a veces, se cuelan en mi “fortaleza”

Realizada la tarea del jardín, comí en el Restaurante de Lidia, y su propietaria, me hizo la ficha, preguntándome quien soy, de donde vengo, cuanto tiempo estaré y todo el repertorio estándar de curiosidad. Lo mismo ocurre con la mayoría de los vecinos del lugar: un jubilado paseador de tres pastores alemanes, otro viandante que pasea sus vacaciones, una encantadora dama de origen chino, con su gasa pastel y su pamela, paseando la mañana,... todos paseando el camino y la curiosidad.

La tarde fue tan fallida como sufrida. Fui hacia una cascada, mochila al hombro. Me informaron mal e hice un largo recorrido a pie, bajo un tórrido sol. Perdido, agotado, sudoroso y con la piel quemada, Alain, un inspector de enseñanza, al que recurrí en la carretera, me trajo de vuelta a casa.

La bañera fue una tentación irresistible para mi, pero la hora y mi olor a sudor, me hicieron también a mí, irresistible a los mosquitos. Fue una batalla campal, de la que guardo numerosas ronchas.

Fabrice había invitado a cenar a un matrimonio amigo. Él era un actor ya jubilado y ella, profesora de socioeconomía en un Liceo. Hija de emigrantes españoles de los años 60, la conversación tornó en nostalgia para ella. Finalmente, acorde dar una conferencia en su centro, sobre seguridad alimentaria.

Tras de mi, vendrá un norteamericano de Ohio, quien donará, durante dos meses, su sangre americana, a los hijos de los mosquitos, que yo alimento.

En julio, Fabrice y su amigo Arnold, partirán para el sur de la India, donde permanecerán uno o dos años, como helpers. Piensa Fabrice, que su rubio compañero de viaje, será objeto de curiosidad, de los pobladores de aldeas, quienes le tocarán constantemente por un impulso irresistible.

La gran vegetación que envuelve mi bungalow, deja ver un sol radiante y hermoso. Debo iniciar otro día, sin saber ya, la fecha en que me encuentro.

Esta mañana programare mi fin de semana, lejos de este paraje. El lugar es hermoso, pero la excesiva exposición a los insectos, aconseja salir de este verde paraíso.

No he descrito aún con detalle el " ecológico aligeramiento de peso". Primero, se evacua el agüita amarilla a chorrito libre, entre matorrales de selva, cuidándose de los ávidos mosquitos. Luego,  se echa serrín en un depósito de porcelana, embutido en un "trono de madera" y se realiza el alivio sólido. A continuación, se usa el papel higiénico, se añade más serrín, se tira el "pastel aserrinado en un hoyo y se cubre con hojas de la selva, que transforma todo con rapidez. Posteriormente, se abre un grifo exterior y se lava uno las manos con jabón y agua de lluvia.  Finalmente, se sacuden las manos y se termina el secado al aire. Todo razonablemente ecológico, aunque debo decir, que personalmente, no soy ecologista en su " grado heroico"



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