jueves, 12 de enero de 2017

El color del dinero

Soy lo suficientemente rico, para no tener excesivas preocupaciones por el dinero. Veo el horizonte con optimismo y con la tranquilidad de tener un buen cobijo, una buena asistencia sanitaria y una despensa llena.

Soy también lo suficientemente pobre, para saber de memoria mi patrimonio, sin necesidad de administradores y asesores fiscales.

Soy simplemente un hombre sano y feliz, que tiene hijos y nietos, que ha escrito libros, plantado árboles y viajado. Un ser humano afortunado, que combina autoestima, amor y bienestar y que disfruta satisfecho y confiado el último tramo de su vida.

Considero importante el dinero, sólo como garantía del mantenimiento de mi estatus de burgués de clase media, pero sin quitarme el sueño. Sé que cuando desaparezca de este mundo, lo haré tal como vine, es decir, ligero de equipaje y valoro más la riqueza de los sentimientos.

Hace unos días, cansado de que un importante banco español, se mostrara insaciable en sus comisiones, decidí suspender mi cuenta en la entidad. Cuando pregunté cuánto me cobrarían por transferir mi dinero a otro banco, me escandalizó la comisión. Por ello, decidí recoger personalmente el dinero y llevarlo a otra sucursal bancaria cercana.

Hube de cerrar mi cuenta y también por ello, tenía que pagar una cantidad. Cobrar por mantener la cuenta y también por dejar de mantenerla, era un abuso. Pagué la cantidad, pensando que habían aprovechado hasta el último segundo para succionar mis ahorros y luego, me sentí liberado.

Me dieron mi dinero en grandes billetes de 500 euros.Sabía que existían pero al ver tantos de ellos juntos, me sentí extraño. Dejé atrás el banco que nunca más sabrá de mí y marché hasta otra entidad bancaria donde siempre he sido bien tratado.

Cerrada la operación, paseé tranquilo por las calles de mi ciudad. Pedigüeños estratégicamente apostados, pedían su óbolo mientras que señoras da canas teñidas y pelo cardado, paseaban pieles de visones muertos en forma de abrigo de calor y señal de opulencia.

Entre medias, había paseantes de diversa condición económica en sus afanes de vida. Fue entonces, cuando me pregunté diversas cuestiones de dinero.

Mi pensión de jubilación es el fruto de una vida de trabajo. ¿Porqué entonces, ahora que no trabajo, me descuentan de ella el impuesto de rendimiento de las personas físicas (IRPF), si ya no rindo?

Tengo derecho a la máxima pensión, pero ésta está topada y me correspondería más. Se supone que es por solidaridad y compensar otras pensiones menores. ¿Porqué entonces, se habla del copago de las prestaciones farmacéuticas y unos no pagarán las medicinas y otros sí lo haremos?

Cuando hacemos la declaración de la renta, pagamos en función de nuestro ingresos. Se supone, que los impuestos igualan a los ciudadanos. ¿Porqué entonces, ante cualquier gasto público, de naturaleza más o menos social, siempre se recurre a la coletilla de quien más tenga que pague más?

Las sanciones por infracciones diversas, son a menudo enormemente elevadas y absolutamente desproporcionadas con los niveles de ingresos de los ciudadanos. A veces, una infracción leve, supone una sanción entre 600 y 3000 euros. ¿Es realmente ético?

Si debe pagar más el que más tiene, ¿sería entonces razonable que los productos de consumo se pagaran según el nivel de renta? Así por ejemplo, un pan, tendría varios tramos de precio según la pasta del que quiera dar un mordisco a un chapata.

Pensé que la sociedad no es siempre justa ni congruente y que los privilegiados ubicados en el vértice de la pirámide social, se parecen mucho a los grandes predadores de la cadena alimentaria.

Si los leones atrapan con sus colmillos los herbívoros de la sabana para nutrirse, nuestros banqueros usan sus comisiones para extraer el producto del sudor ajeno para mantener su tren de vida.

Mientras, la clase media, que es la que mantiene el tinglado, sortea pedigüeños y visones muertos preguntándose de qué color es el dinero














No hay comentarios:

Publicar un comentario