sábado, 28 de enero de 2017

Solo un hombre

La tormenta me robó las estrellas. Cerré los ojos y dormí la noche al amor de mi tibia paz.

Amanecí a la luz de la ventana y vi que las desnudas ramas del arce, parecían clavarse en el cielo encandilado. Permanecí en el silencio del campo, desperezándome con placer y calma.

Me levanté con los ojos medio cerrados, eché grano a los pajarillos y preparé mi desayuno.

Bebí blanco zumo de vaca, con cereales, frutos secos y fruta fresca. Al tiempo, los pájaros revoloteaban alrededor de su comida, cesando en su festín, ante la llegada de aves mayores, con mayor presencia y fuerza.

Los pequeños dejaron su plaza a los mirlos y éstos, a las tórtolas y la palomas torcaces. Los paseriformes esperaron pacientes su turno, mientras los columbos llenaban su buche de energía.

Un solitario pez, manifestaba inmóvil su rojo color entre las hojas caídas en el estanque. Las doradas hojas del ginkgo y del tulípero de Virginia, habían virado al tabaco oscuro, antes de entregarse definitivamente a la tierra a la que todos pertenecemos, pero algunas de ellas, cedían su tanino al agua de mi pez y de  mis anfibios.

Admirando la belleza de la sencillez, me pregunté cuántas veces he deseado volar como un humilde pajarillo, o nadar como un simple pez. Sentir la libertad de surcar el aire y el agua, beber los paisajes y ver el mundo en todo su esplendor.

Pero no estoy sólo en mi sueño. El ser humano, se repite sistemáticamente, soñando la belleza, la libertad y la felicidad. Quiere vivir más allá de sus límites, dominar el universo y en cierto modo, creerse Dios.

Tal vez, el pecado original no fuere comer la manzana prohibida. Es posible, que esta fruta, fuese tan sólo una metáfora y en realidad, la pérdida del paraíso, fuera la búsqueda de la inmortalidad terrenal; la intención de convertirnos en creadores, hacer vida de la nada y modificar los mensajes genéticos depositados en la naturaleza por el Creador, aspirando a reemplazarle.

Ayudados por la tecnología, hemos aprendido a volar y bailamos en el cielos; hemos aprendido a navegar y surcamos los mares. Pero no hemos sabido llegar a las simas del mar ni al centro de la Tierra.

Hemos llegado a la Luna y miramos Marte como nuestra propia meta planetaria y hemos profundizado en la insignificancia, yendo casi hasta el punto en el que la materia es sólo energía.

El ser humano, se adentra en la grandiosidad y en lo pequeño y sin embargo, no siempre sabe profundizar en la grandeza del alma y el corazón.

Si la bruma me robó ayer las estrellas y las nubes, casi me roban hoy el sol, el tiempo me robará la vida y no veré la evolución humana, más allá de los latidos pendientes de mi corazón.

En unas décadas, yo seré para la humanidad, unas cenizas anónimas que volvieron a la tierra, como ya lo han hecho las hojas de mi jardín.

Sólo me queda ser consciente de mi brevedad y vivir con pasión, sencillez y amor, Nunca sabré volar como un ave, ni nadar como un pez, pero me basta con ser sólo un hombre feliz. Para eso, me sobra todo lo superfluo que me lastra y los malos sentimientos que me enfangan.

Tengo las limitaciones físicas de un ser humano cualquiera, pero puedo nadar en buenos sentimientos, volar en el aire limpio de la conciencia y ser simplemente feliz.

Tras el aseo pertinente, saldré a pisar la hierba de la vida y a disfrutar del privilegio de ser sólo un ser humano cualquiera.




2 comentarios:

  1. Texto muy franciscano. La naturaleza lo invade todo y cobra valor de absoluta protagonista

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    1. He sonreído al leer el comentario y meditar sobre ello. Efectivamente, un texto muy de San Francisco de Asís. Gracias por la observación

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