domingo, 29 de marzo de 2015

El hospital del alma


Cogí la maleta del desván. Le había prometido descanso y se sorprendió al verse nuevamente de viaje.

Abrió su bisagra, como un mejillón y observó con interés el equipaje que preparaba. Ropa de frío y de tibio termómetro, significaba un destino de incipiente primavera europea, pero aún no adivinaba dónde.

Cuando vio sus compañeros de viaje, pareció sonreír. Unas tortas de aceite, un jamón y unos sobaos,… eran signos determinantes.

Supo que nos íbamos de casa, para volver a casa.

El coche se abría camino entre la lluviosa bruma del norte. Recorría con avidez la cinta de asfalto, siempre con el mar a su izquierda, camino del este.

200 km más tarde, cruzamos la inexistente frontera con Francia. Tras un ligero norte, viramos nuevamente al este.

Los nevados Pirineos, nos miraban fríos, hermosos y alegres, aún con la albura del invierno perdido. Pasamos Lourdes. Poco más tarde, hicimos otro norte hacia Auch y un pequeño este hacia Sainte Agathe, donde mi otro hogar, me abrió las puertas, un año más.

El grande y hermoso Valaam, un noble leonberger, atronó el aire con su ladrido. Su nombre corresponde a un magnífico monasterio religioso ruso. Su enorme cabeza, asomaba baboseante por la ventanilla del coche. Sentía cariño hacia mi gastada figura y quería una caricia.

Abracé a Serge y Marie Claude, con quien comparto 42 de sus 70 calendarios. Sentí cariño, energía y paz. Había llegado a mi hogar francés, a mi refugio de afectos, donde curo los sentimientos, de las heridas del camino.

La casa es del siglo XVIII. Está en la región del Gers, un territorio agrícola, de sinuosas y femeninas lomas, de arcilloso suelo. Sus campos ofrecen su sangre al trigo, al girasol y al maíz, principalmente, aunque haya alguna explotación de kiwis, junto al lago cercano.

Se levantó con ladrillos hechos en el mismo lugar, con la arcilla de su propia base, con sólidos muros de carga y nobles vigas de madera.

Ayuna de estructura metálica y de fuerzas negativas, el cuerpo siente 
un inmediato bienestar.

Las noches son calmas, de silencio profundo. Cuando desperté la madrugada, me sentí enormemente confortable. 

La cama abrazaba mi incrustado cuerpo, mientras mi mente, corría por las praderas y los desiertos de los recuerdos.

Evocaba las estrelladas noches del Sahara mauritano, al amor de la jaima y la dulce Francia de nuestra perdida juventud.

No siempre, hay entendimiento entre los hermanos de sangre. Pero hay otros hermanos, a los que puedes escoger, que no comparten ADN, pero si los sentimientos. Con ellos, te sientes en común unión y te basta una mirada, para saber lo que piensan, lo que sienten y lo que te quieren.

Una vez al año, mi coche, mi maleta y yo, venimos a Sainte Agathe, nuestro segundo hogar, nuestro “hospital del alma y de los sentimientos”

Cuando emprendemos el viaje de vuelta, llevo las baterías plenas de energía, las heridas cicatrizadas, el alma henchida y la sonrisa de amar, mostrando el marfil de mis dientes.

Pero aún es pronto para pensar en la vuelta. Antes quedan muchos panes que cortar, muchos quesos que degustar y muchos vinos que compartir, adecuadamente hermanados, con las exquisiteces, que cada año les traigo de mi casa española.

Son momentos de recuerdos, sonrisas, abrazos, ajedrez, billar, paseos por el lago y miradas de amistad y hermandad. Son momentos felices, de sentimientos compartidos.




TARBES

AUCH 





D´Artagnan
LE GERS



LA CASA DE SAINTE AGATHE








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