viernes, 13 de marzo de 2015

Maletas fuera

He vuelto de mi largo viaje.

Despegué de la Reunión a las 21 horas del miércoles y llegué a las 05:30 horas del jueves a París. Han sido 11:30 horas de vuelo, contado el desfase horario para recorrer casi 10.000 km






Si cuento el vuelo de enlace a España, han sido 3 mares, Océano Índico, Mar Mediterráneo y Océano Atlántico y 12 países: Madagascar, Somalia, Etiopía, Eritrea, Sudán del Sur, Sudán del Norte, Egipto, Grecia, Italia, Suiza, Francia y finalmente, España.


Mi asiento disponía de una pantalla individualizada, que permitía observar el momento del despegue y el aterrizaje, como si fuera el piloto del avión. Además de facilitarme los datos de vuelo, (tiempos de recorrido, altura, etc), me permitió conocer cada país que sobrevolaba y la distancia real a las ciudades de la zona.

Para quienes hemos estudiado historia, leído geografía económica, o nos hemos interesado por el mundo actual a través de los medios públicos de difusión, la información de la pantalla, era una magnífica guía de reflexión viajera.

Si al despegar, mi mente repasaba los momentos vividos en la isla: volcán el Pitón de la Fournaise, circo de Salazie, arrecifes de coral, cascadas, túneles de lava, selva impenetrable y muchas otras espléndidas manifestaciones de la Naturaleza. Concluí, ciclones aparte, que era un paraíso europeo en el sur del sur, donde no brilla la Estrella Polar, pero que el firmamento es igualmente hermoso. Un lugar, que debe ser un ejemplo, de lo que África de finales del XXI puede ser.

Al sobrevolar el Índico, pensé que China aumenta considerablemente su presupuesto militar y que ha iniciado una callada, pero contundente expansión militar, con el fin de dominar este océano. No en vano, estrecha relaciones económicas y pactos políticos con posibles enclaves militares en Colombo, Mauricio, Seychelles y otros puntos geoestratégicos, con la consiguiente inquietud del otro gigante asiático: la India.

Tocamos ligeramente el norte de Madagascar, una antigua colonia francesa, que alcanzó la independencia de la Metrópoli, en los 60 del pasado siglo. Su geografía, su paisaje, su flora y su fauna, la hacen enormemente atractiva. Con gran riqueza mineral, es sin embargo un país pobre y un contrapunto de lo que es la Isla de la Reunión. Aún a riesgo de ser mal comprendido y criticado, pienso qué habría sido de los países que alcanzaron la independencia, si se hubieran integrado plenamente en el país que les colonizó.

Al sobrevolar Somalía, pensé en un estado fallido, donde la piratería y los señores de la guerra, tienen sumido en la indigencia, un país ya pobre de por sí. Recordé los barcos mercantes y de pesca, que son asaltados por gente de la costa, aprovechando el denso tráfico marítimo que pasa por el cuerno de África, a la ida o al regreso, por el Mar Rojo y el Canal de Suez.





Cuando íbamos sobre Etiopía, recordé que era la cuna de la Humanidad y recordé la tribu de los OMO, de espectacular belleza y unos adornos maravillosos, que los hacen únicos en el mundo. Me acordé del Emperador Hayle Selasie, que gobernaba aquellos territorios a la sazón de mi juventud. Un viaje inexcusable y pendiente, cuando se den las condiciones favorables para ello; especialmente, cuando sepa que hay garantías de seguridad, en una tierra convulsa, por el terrorismo islámico actual.







El rápido paso por Eritrea, me trajo a la memoria, su guerra de separación de Etiopía y las tremendas imágenes de hambre, sed, violencia y muerte que vi por televisión en mi juventud. Fue de las primeras oleadas de tragedia televisada, que los años nos han acostumbrado a ver, como si fuera un espectáculo, mientras con nuestras abotargadas conciencias, nos sentamos en nuestras mesas a comer.

Los dos sudanes, me trajeron recuerdos mucho más recientes. 

Mi amigo Serge Dessert, que me honra con 42 años de amistad, había trabajado en ellos durante varios años, había convivido con tribus diferentes, había sido retenido y secuestrado de mala manera.









En la actualidad, es un territorio quemado por el odio y la sangre. El rico sur de petróleo y agua, recién llegado a la independencia y de mayoría católica, se debate entre luchas internas de poder y la opresión del Sudán del Norte, que intenta imponer su ley y su religión musulmana. 

Precisamente, en Sudán del Sur, en primera línea de sufrimiento, los salesianos han fundado una Misión religiosa. En ella, un sacerdote salesiano, que es parte de mi familia; que nos ha casado a casi todos nosotros, bautizado a los que nos sucedieron y enterrado a los que ya nos dejaron, trabajaba allá abajo.  No pude menos, que pensar en él, que a pesar de su edad y estado de salud, sigue dando testimonio de Dios y entregando su vida diaria con fe y generosidad.


Sobrevolar Egipto, me trajo tantos recuerdos, que es imposible resumir en unas líneas. Las pirámides, los Faraones, Moisés, el Nilo y sus crecidas, el canal de Suez, la presa de Assuán, Nasser, Sadat, los Hermanos musulmanes, cuántas novelas, películas, narraciones, intrigas, guerras y situaciones, podría recordar en esos momentos, en los que me debatía contra el sueño de una noche de avión, a 10,500 m de altitud y 850 Km/H de velocidad.


Debo confesar, que mientras sobrevolaba convulsos territorios azotados por el terrorismo islámico, recordaba el avión abatido por los rebeldes prorrusos en Ucrania. Pensé qué vulnerables éramos en ese momento, a la acción de un descerebrado con un misil tierra aire al hombro. 

Abandoné mi secreta inquietud, una vez sobrevolamos el Mar Mediterráneo y pensé en cuánta historia y civilizaciones han circulado por sus aguas y cuántas batallas se han dado en él a lo largo de los siglos. 

Ya sobre Grecia, soñé la posibilidad de retirarme a una isla griega, de casa encaladas, calas maravillosas de aguas turquesas, gastronomía excelente, mujeres campesinas aún vestidas de negro, monasterios imposibles, colgados de las rocas, religiosos ortodoxos y el sirtaki. Pero el reloj de la pantalla, me trajo a una realidad más reciente, la de la deuda griega, la troika, Shiriza, Varufakis y la triste realidad de un país que refleja en su vida social, la propia ruina que representa el esquilmado Partenón. Pensé en mi viejo amigo y colega, Tassio Korbetis, de Thesalonika, con el que estudié un año en nuestra prehistoria personal, por tierras de Francia.


Italia me trajo a la memoria la cuna de nuestra lengua y civilización romana, la bella Florencia, la mágica Venecia, la próspera Milán, Torino, la cuna de San Juan Bosco, la Roma Inolvidable, el Vaticano, Romeo y Julieta, y ya en una línea más estrambótica, al peculiar Berlusconi del que prefiero no hacer comentarios.  

Sobrevolar Suiza, inundó mi mente de nevadas montañas, que la negritud de la noche no me permitió observar; sus lagos, su precisión, su perfección y su frialdad de carácter. Pasar a 40 km de la casa de mi hijo y su familia, me inundó de ternura y de frustración, por no poder dar un abrazo a los míos, que se afanan en vivir en frías tierras de frío semblante y escasa demostraciones de afectos y sensibilidades.



Ya en Francia, dejé atrás el viejo Lyon, donde perfeccioné décadas atrás el idioma. Recordé su Parque de la Tête D´Or, el Viejo Lyon y su famoso vino. Siguió Vichy y me acordé de su gaseada agua y del denostado Gobierno de Petain, durante la invasión alemana. Luego, Dijón, famosa por su mostaza y cuando me quise dar cuenta, estábamos llegando a París, que ¡bien vale una misa!



  


Una bofetada del frío de madrugada, me recordó que ya no estaba en la Reunión, sino en la Europa del invierno moribundo. 

Un cambio de Terminal y de avión, me trajo a España. Sentí paz, seguridad y alegría.Estaba en mi medio, con mi gente y llegaba a casa.


Abrí las maletas en el garaje y saqué toda la ropa sucia. Vacié el resto de las cosas y me di un largo baño de agua caliente. Además de la suciedad del camino, me pareció desprenderme de los recuerdos negativos. A partir de ahora, mi memoria selectiva, recordaría los buenos momentos, los bellos paisajes y todo aquello que contribuya a mi felicidad.

Si, ¡maletas fuera!, ¿pero hasta cuando? Vengo cansado física y anímicamente, pero algún día, soñaré con nuevos paisajes y me sentiré como las aves en el preludio de su vuelo migratorio.   






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