lunes, 25 de enero de 2016

Carta de un infiel

Nací bajo el signo de la cruz, hijo de católicos, en una país católico, donde en su historia, han convivido cristianos, judíos y musulmanes.

He convivido con protestantes, de diversas ramas, ortodoxos, musulmanes, judíos y budistas. También he convivido con gente que no siente la religión.

En todas las religiones, he encontrado personas sinceras, honestas, con grandes sentimientos y respeto por los derechos humanos.

Me siento español y partícipe de la civilización cristiana. Al margen de la defensa de la identidad nacional y el empeño de defender mi sociedad y su libertad; la historia, el presente y el porvenir de mis hijos y de los hijos de sus hijos, no soy un descerebrado del sectarismo.

Tengo una bandera. Tengo unos principios. Tengo un paisaje. Tengo un amor por la tierra que me vio nacer, en la que derramaron su sangre muchos patriotas de generaciones pasadas, que defendieron mi identidad y mi libertad.

Pero tengo otras banderas aparte de la roja y gualda y otras fronteras, aparte de las españolas.

Me refiero a la bandera de otros valores: libertad, honestidad, justicia, caridad, autenticidad, compasión, convivencia, respeto, disciplina, trabajo, derechos humanos, ...,y en definitiva, de los aspectos que elevan las personas en su máxima dignidad.

Me refiero a otras fronteras, no forzosamente geográficas, sino las del amor por el ser humano, cualquiera que sea su raza, religión o mentalidad.

Reniego de mis compatriotas y de los extranjeros sin valores ni corazón. Abrazo los próximos y los extraños, que sencillamente, aportan lo que pueden, desde su humilde posición, por un mundo mejor

Creo y necesito creer, en otra vida, una especie de isla de la felicidad, a la que puede accederse por los numerosos puentes que conforman las diferentes religiones del mundo.

El mundo ha girado mucho y las diversas civilizaciones, se han extinguido, aparecido o evolucionado.

Prácticamente, los cristianos, tras siglos de tragedia, hemos superado las guerras entre católicos y protestantes. Sin embargo, entre muchos musulmanes, existe aún el empeño por imponer a sangre y fuego, dolor y sufrimiento, su único puente, para acceder a la isla del paraíso común.  

Y no solo eso, se matan ente ellos, sunitas y chiíes, que también creen tener, la única puerta del acceso al paraíso.

Muchos, no han aprendido, que cada uno puede salvarse por el puente que desean transitar hasta su Dios. En cualquier caso, muchos, no han aprendido que en todos los puentes, hay gente buena y gente mala, como en su propio puente.

Soy feliz oyendo las campanas cristianas y respeto profundamente, las llamadas de los  muecines  a la oración.

No tardará mucho, en que nuevamente, escuche la voz que clama desde los minaretes. Y allá donde estaré, bajo una bandera con la Media Luna, daré lo mejor de mis conocimientos y de mis sentimientos, para que otros seres humanos, de otro puente hacia Dios, vivan mejor y sean más felices.

Allá donde voy, esperan mi experiencia, mi dedicación. También me aguardan dos corazones amigos y musulmanes, para dedicarme una sonrisa y una mirada franca.

No soy un infiel, tan solo, alguien que ama el mundo y su diversidad. Solamente un hombre, fiel a sí mismo, a su origen, y al género humano, indistintamente, del puente que atraviesa el mar de la vida, hacia la isla de la felicidad eterna.  














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