domingo, 17 de enero de 2016

Mi mundo entre mujeres. Capítulo 16. Las cordobesas

Estudié la carrera en la Facultad de Veterinaria  de Córdoba.  Fueron 6 años felices, con la alegría de la juventud y el espíritu universitario.

Fueron tiempos de formación, de crecimiento personal, de preparación de futuro y de abrirse a la vida, en busca de una felicidad de familia por construir.

Compaginaba los estudios, con las diversiones de la juventud en manada y amanecía al safari de los sentimientos, por la selva del asfalto.

Córdoba era una ciudad pueblerina, pero hermosa; llena de prejuicios de clase y de tabúes de vida.

La ciudad sultana, tiene muchas joyas de la que enorgullecerse. la Mezquita, el Alcázar, Medina Zahara y la Judería. Son joyas que atesoro en mi memoria de aquellos años.

Sus mujeres, son igualmente hermosas y si el lector me conoce ya un poco, no podía obviarlas en mi artículo.

Generalmente morenas, de piel aceitunada, como las hasanies mauritanas, de pelo recogido y oscura e intensa mirada, no te dejan indiferente.

Alguna cordobesa prendió entonces mis impresionables ojos y hizo latir con fuerza mi corazón; pero no lo suficiente, como para impedir el semanal viaje a mis abrazos de familia, a mi Sevilla de color especial.

Córdoba era hermosa, pero me asfixiaba, pues estaba acostumbrado a otra ciudad más libre. La misma que me ofrecía los abrazos y los cariños de familia y recorría con mis armas de varón en busca de una madre del futuro.

Julio Romero de Torres, fue un pintor excepcional, que plasmó en sus lienzos, la belleza de la mujer cordobesa. Entre ellas, la Chiquita piconera y la Fuensanta cuya imagen, circuló por las manos de los españoles en el billete de 100 pesetas.

Resultado de imagen de la chiquita piconera

Tuve el privilegio de conocer personalmente a la modelo de ambos cuadros, Teresa López. Me parece recordar, que ya anciana, tenía un puesto de chucherías, pero mis recuerdos se desvanecen en la niebla de mi mente.

Había perdido su hermosura, pero no su mirada triste e intensa. Su piel arrugada, mostraba su paso por la vida, que no debió ser afortunada, a pesar de ser la imagen de un billete.

Pero hubo dos cordobesas, que hicieron feliz mi vida en Córdoba y que marcaron mi vida para siempre.

Paulina  y Elisa, fueron dos auténticas madres para mí, a las que quise como un hijo. Ambas llenaron mi estómago de sabrosos platos de felicidad y cuchara, colmaron mis ansias de vida en familia y me dieron parte del cariño que repartían entre sus hijos.

Todos los miércoles, mis piernas me llevaban automáticamente a la calle Hermanos López Diéguez, donde se ubicaba la casa de doña Paulina.

Me esperaba con un guiso de habas que era mi perdición y comía con ella y con alguna de sus seis hijas, al amor de la mesa camilla, con brasero.

Al menos una vez a la semana, me dirigía a la calle Ramiro de las Casas Deza, donde se encontraba un palacete, que había pertenecido al mismísimo Gran Capitán.

Cuartel durante la Guerra Civil, fue posteriormente, vivienda de una famoso torero cordobés  y luego, vivienda de la familia Castejon, para acabar siendo, un hotel de lujo.

Siento veneración, agradecimiento y casi amor de hijo por la familia Castejón.

No necesitaba invitación. Llegaba y me sentaba a comer. Era una familia de 6 hijos y donde comían 8 de familia más el servicio, siempre cabía un comensal más.

De todos los platos, recuerdo sobretodo el salmorejo que hacía Lola, la cocinera, quien con los años, pondría un mesón al que acudirían los cordobeses a chuparse los dedos.

Allí tuve la suerte de compartir mantel con altas personalidades de la política nacional, lo que supuso para mí una excelente experiencia, pero especialmente, aquella familia, me dio amor y forjó parte de lo que luego fui.

El alma de aquella familia, era doña Elisa. Me había conocido en la cuna y fue mi madre cordobesa durante aquellos años. Mantuve contacto con ella, durante toda su vida, hasta que me llegó la noticia de su triste fallecimiento.

Siempre llevaré en mi corazón, aquella delgada mujer, de blanca tez y aparentemente débil figura, que fundó una gran familia y le sobraron sentimientos, para darme parte de su cariño .

Mis grandes recuerdos de mujeres cordobesas, son de nobleza y amor.  Paulina y Elisa, son dos nombres que tienen una página de oro en mi serie " Mi mundo entre mujeres" . Para ellas, mi amor, mi devoción y mi recuerdo.

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